Baruch de
Spinoza no es el iniciador de la filosofía moderna, pero sí un pensador de espíritu notable que contribuyó a su
desarrollo, siendo su sistema de metafísica el que influirá en las
subsiguientes filosofías como las de Leibniz, y en los grandes sistemas como en
Kant, Fichte, Schelling y Hegel; tendrá repercusión en Lessing y de una manera
aunque crítica en Jacobi, que escribe Cartas
sobre la doctrina de Spinoza, donde se alza contra el spinozismo y contra
todo clase de racionalismo; Schopenhauer le dedicará algunas páginas en su Cuádruple
raíz del principio de razón suficiente; Humboldt rescata la idea de Dios
como sustancia, que aunque no esté por entero en la naturaleza se identifica
con ésta. Es la filosofía de Spinoza, en general, la que logra, superando las
contradicciones en la filosofía cartesiana, dar rumbos nuevos al quehacer
metafísico.
Presentar la
filosofía spinozista, por una parte, es explicar lo que Spinoza entiende por esta disciplina: Será el
único conocimiento completo y esencial, del cual los demás conocimientos están
subordinados; consiste pues, a semejanza de Platón, en descubrir el “verdadero
bien.” El bien es el objeto máximo de
conocimiento, pero el hombre generalmente
se extravía. Para Spinoza, como también
para Platón es asunto de importancia práctica y no solamente de índole teórico:
“Si los hombres fueran capaces de regirse constantemente por una regla
preconcebida; si constante les favoreciera la fortuna tendrían el alma libre de
supersticiones. Mas como suelen hallarse en situaciones tan difíciles que les
imposibilitan adoptar resolución alguna racional; como casi fluctúan entre el
temor y la esperanza, por bienes que no saben desear moderadamente, su espíritu
está abierto a la más exagerada credulidad […]” (Spinoza; 2002, pág. 23). La razón como forma de comprender el mundo,
el método racional -alejado de la ciega fe-, que Descartes había establecido
como método; la concepción de que las matemáticas desempeñan un conocimiento
certero y que sirven como método de razonamiento para aplicarlo a cualquier
problema. Este modelo matemático como conocimiento infalible queda constatado
en la Ética.
Comenzada en
1661 y publicada con carácter póstumo en 1677 la Ética viene a significar obra de madurez, de una importancia
inigualable en el conjunto de la obra spinozista. Hay comentaristas de Spinoza,
como José Gaos, que aseguran que la obra guarda un cierto parecido, (por lo que
a la temática y orden constituido respecta)
a la grande suma medieval; sin embargo, que esté conformada a la manera de los
argumentos de Euclides, es decir, en una sucesión de pasos lógicos
(Definiciones, Axiomas, Proposiciones, Corolarios y Escolios, con sus Demostraciones) es un hecho que nadie
negaría. Esto último se debe a la importancia que desde comienzos del siglo
XVII se da a las matemáticas y especialmente a la geometría, con el surgimiento
de la ciencia moderna, y con ésta, el advenimiento de la filosofía, que para
entonces, trataba de buscar unicidad con la ciencia, equiparándose con ella por
vía del método.
La Ética demostrada según el orden geométrico,
está divida en cinco partes: De Dios;
De la naturaleza y origen de la mente;
Del origen y naturaleza de los afectos;
De la servidumbre humana o de las fuerzas
de los afectos; y, Sobre la potencia
del intelecto o de la libertad humana. Aquí sólo nos ocuparemos de lo que
Spinoza entiende por Dios, es decir, sólo nos ocuparemos de la parte primera de
la Ética. Aunque sin lugar a dudas,
ya desde temprana actividad intelectual, Spinoza se había consagrado a
reflexiones a lo que parece un antecedente directo de la Ética. Nos referimos al Breve
tratado de Dios, del hombre y de la felicidad; y así mismo, que en el
capítulo IV del Tratado teológico- político Spinoza trate acerca de la Ley Divina. Sólo nos limitaremos a
explicar lo que Spinoza entiende por sustancia, y finalmente cómo es que esta
acepción se identifica plenamente con la idea de Dios o Naturaleza (Deus sive Natura); o en todo caso, cómo es que la idea que tiene Spinoza
sobre Dios es una consecuencia lógica venida directamente de todas las
cualidades intrínsecas que posee la sustancia.
La metafísica
desde los tiempos de Aristóteles ha pretendido inquirir sobre la sustancia o el
ser de las cosas, de la esencia de la realidad en general. Desde la antigüedad
hasta el siglo XVII existía una concepción del mundo constituido por una
pluralidad de sustancias, de la que el propio Descartes admitía tal
multiplicidad. Hampshire es muy atinado al resaltar que, al concebir el
universo, el mundo, como una pluralidad de sustancias, debe pensarse que unas
actúan sobre otras, y que al actuar, los cambios de estado que se produzcan en
una sustancia deberá ocasionar cambios de estado en otra (Hampshire; 1982,
pág.27). Esta concepción del mundo como pluralidad de sustancias llega al
pináculo con la teoría de las mónadas de Leibniz. Sin embargo, Descartes, al admitir como sustancias a la res
cogitans (alma) y res extensa (cuerpo), y al dar su
definición general de sustancia parece contradecirse. Para el filósofo francés
la sustancia era aquello que para existir sólo tiene necesidad de sí mismo (causa
sui). Tal realidad a la que
podemos llamar realidad última o suprema es Dios y determina la existencia de todas las cosas. El problema se
presenta cuando queriendo explicar el mundo fenoménico, Descartes admite como
sustancias la res cogitans y res extensa, esto es, todas las
realidades pensantes y corporales. No hay pues una concordancia entre la definición
de sustancia que da Descartes y de aquellas realidades pensantes y corporales
que a su vez llama sustancias, puesto que son realidades producidas por aquella
otra realidad suprema. La res cogitans y la res
extensa, que para el filósofo francés eran como sustancias de orden
secundario, para Spinoza se convierten en dos de los infinitos atributos de la
sustancia; mientras que los objetos y pensamientos individuales, al igual que
toda manifestación empírica, pasan a formar sus
modos de dicha sustancia (Ética,
I, Prop. XV)
En el Apéndice
de esta primera parte titulada De Dios,
Spinoza es claro en cuánto a los argumentos fundamentales que trata: Explica su
naturaleza y sus propiedades (de Dios): que es único; que es y actúa por sola
necesidad de su naturaleza; que es causa libre de todas las cosas; que todo es,
y que todas las cosas están predeterminadas por Él (Spinoza; 1983, pág.47). La Ética arranca con ocho definiciones: causa
de sí (causa sui); la de finitud;
la de sustancia; la de atributo; la de afección; la definición que da de Dios; de la libertad;
y por último, el de eternidad. Si bien es cierto, que si queremos comprender lo que
Spinoza entiende por Dios no basta enunciar su definición: “Por Dios entiendo
un ente absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos
atributos de los que cada uno expresa una esencia eterna e infinita.” (Ética,
I, Def. VI). Es necesario descomponer dicho concepto, desmembrando sus partes
articuladas, dando cuenta que conceptos
como el de sustancia, de causa, infinitud, necesidad, atributo, determinación y libertad, se corresponden entre sí
y componen todo el complejo. También es cierto que la idea de Dios que Spinoza
se representa no es la común a la
tradición judeocristiana que le atribuye cualidades antropomórficas; o de
aquellas que se figuran a Dios como legislador o soberano (Ética, I, Prop.
XXXII, Corolarios).* De
por qué Spinoza utiliza la palabra “Dios” con referencia a la Naturaleza, hay
algunos comentaristas, -como Hampshire-, que señalan que dando Spinoza las
descripciones de eterna, de infinita, de
autocreadora, de totalmente libre a la Naturaleza o totalidad, coincide
irremediablemente con las descripciones de Dios (exceptuando la descripción
antropomórfica, visión judeocristiana de un dios personal). Esto es cierto, pero según Bennett la cosa es
más complicada. Spinoza, – nos dice
Bennett- necesitaba para argüir, que la totalidad o Naturaleza no es una
persona, una explicación que fuese satisfactoria “de por qué un ser humano es
una persona.” Dice que: “Spinoza no se
enfrentó a ninguna elección similar [con respecto al uso de pronombres como
“él” para referirse a una persona, en lugar de aplicarlo para referirse a
cualquier objeto] porque ninguno de su media docena de lenguajes tiene pronombres
personales; el latín, por ejemplo, tenía que usar un pronombre masculino para
Dios, que concordase con el sustantivo masculino Deus; pero esta masculinidad es tan sólo gramatical y nada implica
acerca de la naturaleza del sujeto.” (Bennett; 1990, pág. 39). Hay otra razón
según la cual Spinoza designa con el nombre de “Dios” a la Naturaleza, ya que para ésta, hay un
sentido de referencia de admiración y
amor humilde, actitudes que se reservaban
a Dios. En todo caso Dios o la Naturaleza (Deus
sive Natura) de Spinoza no es la representación tradicional antropomórfica
del uso de la religión judeocristiana.
El panteísmo
spinozista se deriva de su doctrina de una sustancia única (de su monismo), puesto
que Dios se deriva del concepto de sustancia. “Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí:
esto es, aquello cuyo concepto no ha de menester del concepto de otra cosa por
el que deba formarse.”(Ética, I, Def. III). Dice Bennett que el siglo XVII
estaba impregnado de la idea de una sustancia genuina y causalmente
autosuficiente; que el término de sustancia que emplea el racionalismo
causalista, Descartes y aún más Spinoza y Leibniz, se deriva del empleo del
término de sustancia que hace Aristóteles en las Categorías. Pareciera que hay una contradicción entre lo aquí afirmado por Bennett y lo que mencionábamos
unos cuantos párrafos más arriba; a saber, que desde la antigüedad hasta el siglo XVII existía la doctrina de una
pluralidad de sustancias. Sin embargo, ni Descartes ni Leibniz eran panteístas,
no identificaban a la sustancia única, autosuficiente, autocreadora, con la
Naturaleza o totalidad, aunque los tres grandes racionalistas del siglo XVII
(Descartes, Spinoza y Leibniz) coincidieran en que sí existía dicha
sustancia.
*Puede verse
también el capitulo IV del Tratado
teológico- político, donde Spinoza dice que la representación de Dios como
un soberano sólo sirve para acomodarse al imperfecto conocimiento del vulgo; sin embargo, la concepción política que
gravita en Spinoza dará como resultado, que el poder divino sólo puede ser
ostentado por un soberano, representante del reino de Dios en la tierra y
siempre con vistas al mantenimiento de la paz y del Estado.
Descartes habla
de la res cogitans refiriéndose a
ella como una sustancia, aunque sin
lugar a dudas es de un orden inferior en comparación de aquella otra sustancia
autosuficiente y autocreadora; sucede lo mismo con Leibniz, al establecer las
sustancias simples y compuestas, siendo estas últimas representaciones o
derivaciones de las primeras. Así pues,
es Spinoza el que habla de una única sustancia autocreadora.
Esto última
afirmación se ve claramente expuesta en la restricción que hace Spinoza al dar
su definición de sustancia como causa sui. “En otros términos ha definido la sustancia de un modo tan
estricto que no puede llamarse sustancia a nada cuyos atributos sean efectos de
causas exteriores; por definición, una sustancia es tal que todos sus atributos
o modificaciones pueden explicarse en términos de su propia naturaleza.”
(Hampshire; 1982, pág. 29). Ahora bien, Spinoza también afirma, que todo puede
ser explicado por causa. Es en efecto un racionalista causalista, por lo cual
no puede afirmar la existencia de dos o más sustancias. Al hacerlo caería
irremediablemente en una contradicción. Pues si admitiese que existen dos
sustancias tendría que admitir a su ves las causas de dichas sustancias como
ajenas así mismas; ya que: “Las cosas que no tienen nada de común una con otra
tampoco pueden entenderse una por otra, o sea, el concepto de una no envuelve
el concepto de la otra.” (Ética, I, Axioma V; Prop. II y VI). De esta
definición de sustancia única, autocreadora, se sigue por consecuencia que
tenga que ser infinita. ”Digo
infinito y no infinito en su genero, pues de lo que sólo es infinito en su
genero, podemos negar infinitos atributos, pero pertenece a la esencia de lo
que es absolutamente infinito todo cuanto expresa esa esencia y no envuelve
ninguna negación.”(Ética, I, Explicación I). Al emplear el término infinito y
al adjudicárselo como característica esencial de la sustancia, Spinoza no
quiere decir otra cosa que la sustancia es ilimitada; es decir, que no está
limitada por ninguna otra sustancia. Puede interpretarse también, en el sentido
de que carece de fronteras, es decir, de límites; pues siendo esta sustancia la
única existente no tendría por qué existir algo que fuese distinto a ella. Esta
sustancia es única, es causa
de sí misma y por lo tanto causa de todo, es infinita en el sentido de que carece por completo
de fronteras y de límites. Además, tiene infinitos atributos. “Dios, o sea
una sustancia que consta de infinitos atributos, de los que cada uno expresa una esencia
eterna e infinita, existe necesariamente.” (Ética, I, Prop. XI). Esta
existencia necesaria de la que habla Spinoza se sigue de su definición de causa sui. Es la muy conocida prueba
ontológica de la existencia de Dios a priori, que en Proslogion, San Anselmo
desarrolla, y que Descartes en la meditación tercera se sirve para argumentar
contra el escéptico. “Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia envuelve a
la existencia; o sea, aquello cuya naturaleza no puede concebirse sino como
existente.” Ahora bien, Spinoza le da a
la sustancia “infinitos atributos, de los que cada uno expresa una esencia
eterna e infinita […];” Explicaremos pues qué entiende Spinoza por atributo. “Entiendo por atributo aquello
que el intelecto percibe de una sustancia como constituyendo su esencia.” (Ética,
I , Def. IV). Los atributos son la manifestación de las infinitas formas y maneras
de la sustancia o de Dios. El limitado entendimiento del hombre sólo conoce dos
de estos infinitos atributos: el pensamiento y la extensión, o lo que es lo
mismo, espíritu y materia.
Estas entidades
en cuanto pertenecientes a la esencia infinita de la sustancia están
íntimamente unidas ya que ambas son cualidades intrínsecas de la sustancia; sin
embargo, Spinoza, en tanto que dualista al igual que Descartes, asegura que
dichos atributos son distintos, es decir, que ninguno es reductible al otro.
Los modos, por su parte, son consecuencias de los atributos de la sustancia, y
son aquellas cosas particulares finitas. “Por modo entiendo las afecciones de
la sustancia, o sea, aquello que es en otro por medio del cual también se concibe.”
(Ética, I, Def. V). “Las cosas particulares nada son sino afecciones de los
atributos de Dios, o sea, modos con los que se expresan de cierta y determinada
manera los atributos de Dios […]” (Ética, I, Prop. XXV, Corolario) Si bien,
existen al igual, “[…] modos o caracteres de la Realidad que parecen esenciales
a la constitución de los dos atributos infinitos y eternos deben ser ellos
mismos infinitos y eternos: por ello, Spinoza los diferencia denominándolos
modos inmediatos infinitos y eternos, significando la palabra “modo” un estado
de la sustancia. Los modos o estados de la sustancia pueden graduarse según un
orden de dependencia lógica, empezando por los modos inmediatos infinitos y
eternos que son caracteres necesarios y universales del universo, y
descendiendo hasta los modos infinitos, que son diversificaciones de la
Naturaleza limitadas, perecederas y transitorias.” (Hampshire; 1982, Pág. 52). (Ética,
I, Prop. XXVIII, Escolio)
Hemos
desarrollado hasta aquí las propiedades esenciales de la sustancia spinozista:
que es única; que es autocreadora; que es infinita, en el sentido de que es
ilimitada, y que posee al igual, infinitos atributos de los cuales cada uno
expresa una esencia eterna e
infinita. Hemos establecido de igual forma a partir del desarrollo del concepto
de sustancia y de su doctrina monista, las premisas para un primer acercamiento
de por qué la sustancia única se identifica con Dios, y Éste a su vez con la
Naturaleza o con el Universo. Sólo nos resta explicar en qué sentido la sustancia,
en cuanto causa de sí misma, indeterminada, única y eterna, llega a causar y determinar todas las cosas; y cómo es que esta sustancia, según Spinoza, debe
considerarse libre en su actividad autocreadora.
Resulta un tanto
paradójico y contradictorio para el sentido común que Spinoza, en su visión
panteísta, diga que la sustancia determina, pero que es indeterminada, y en
tanto que indeterminada: libre. Pero
esta aparente contradicción deja de imponer su fuerza cuando se evoca la
definición misma de sustancia, con sus propiedades esenciales, al mismo tiempo
que se comprende la definición que nos da Spinoza:
“Se dice libre aquella cosa que existe por la sola necesidad de su naturaleza y
por sí sola se determina a actuar: en cambio, se dice necesaria o más bien
constreñida, la que es determinada por otra a existir y actuar según cierta
determinada razón.” (Ética, I, Def. VII) En este sentido, sólo la sustancia
única y autocreadora, de infinitos atributos es libre, pues no necesita de otra
cosa que no sea ella misma para existir. “De la sola necesidad de la naturaleza
divina o (lo que es lo mismo) de las solas leyes de su naturaleza, se sigue una
absoluta infinidad de cosas […] nada puede ser ni concebirse sin Dios, sino que
todo es en Dios; en consecuencia, nada puede ser fuera de él, que lo determine
o fuerce a actuar, y así Dios actúa por las solas leyes de su naturaleza y no
compelido por nadie.” (Ética, I, Prop. XVII, Demostración)
Ahora bien, si
la sustancia en tanto que causa (o acto
autocreador) y efecto (o acto de creación) es la misma y única sustancia, ¿cómo
es que llega a ser por un lado algo determinado e indeterminado al mismo
tiempo? Esto es explicado por el hecho de los conceptos Natura naturans y Natura
naturata. Todo lo que hay en
la naturaleza de inteligible está determinado y no existe nada que sea
contingente. La sustancia es como si se manifestara doblemente: por una parte,
la Natura
naturans, que es la sustancia vista como causa de sí misma, de
infinitos atributos; y por otra parte: “como el sistema de lo que está creado.”
“Es igualmente correcto pensar en Dios o
la Naturaleza como único creador (Natura naturans) que como única
creación (Natura naturata); no sólo es que sea correcto, sino que es
necesario atribuir ambos significados complementarios a la palabra, no siendo
completa, y ni siquiera posible, una concepción de la Naturaleza sin la otra.”
(Hampshire; 1982, pág. 35).
En este breve
trabajo desarrollamos conceptos claves para la comprensión del concepto de Dios
en Spinoza. Vimos las definiciones con las cuales se abre la Ética demostrada según el orden geométrico, y
de las que constituye todo su sistema metafísico. Sólo resta fijar lo que por
evidencia es más que plausible; a saber, que de su definición de sustancia
que da Spinoza, se sigue necesariamente su concepto de Dios. Siendo así, que la sustancia
plenamente termina por ser la Naturaleza. Lo cual nos lleva a
concluir que de su monismo se sigue consecuentemente su panteísmo. Es pues,
Spinoza, el que influirá en las filosofías idealistas trascendentales (Kant,
Fichte, Shelling y Hegel); igualmente son la filosofía y poesía románticas las
que le deben en grande su inigualable espíritu.
BIBLIOGRAFÍA
a) Primaria:
SPINOZA, BARUCH,
Ética.
Prólogo
y traducción de José Gaos (Nuestros Clásicos, Ediciones UNAM); México, 1983.
(Prólogo y Capítulo I)
----------------------------, Tratado teológico-político.
Introducción Antonio Alegre Gorri; Trad. Julián de Vargas y Antonio Zozaya.
(Biblioteca de Filosofía, Ediciones Folio); Barcelona, 2002 (Introducción,
Prefacio del autor, Capítulos I y IV)
b) Secundaria
BENNETT, JONATHAN, Un estudio de la Ética de Spinoza. Trad. José Antonio Robles
García. Fondo de Cultura Económica; México, 1990 (Capitulo II y III)
DESCARTES, RENÉ, Discurso del método/Meditaciones
metafísicas. Introducción, prólogo y notas de Manuel García Morente.
(Colección Austral, Ediciones Espasa); Decimoséptima edición; México, 1983
(Prólogo, Introducción y Meditación III)
HAMPSHIRE, STUART, Spinoza. Versión
española de Vidal Peña. Alianza Editorial; Madrid, 1982 (Capítulos I y II)
LEBNIZ, GOTTFRIED, Monadología. Prólogo Manuel Fuentes Benot; Trad. Manuel Fuentes
Benot, Alfonso Castaño Piñán y Francisco de P. Samaranch. (Biblioteca de
Filosofía, Ediciones Folio); Barcelona, 2002 (Prólogo, Primera y Segunda parte
de la Monadología)
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