Anaya, José Vicente (comp. y trad.), Largueza del cuento corto chino, Almadía, México, 2010.
El Oriente siempre ha poseído esa cualidad que tanto nos falta en el mundo occidental: la concreción. La palabra que dispara miles de significados sin movernos de nuestro lugar. Es este otro mundo diferente para nosotros algo que siempre buscamos; sin embargo, siempre erramos al buscarlo en otros lugares, no en su fuente principal. Es casi una plaga el sólo tener textos traducidos de otros idiomas ajenos al chino o al japonés. El problema se repite con Largueza del cuento corto chino, desastroso título oximorónico.
En esta colección de clásicos cuentos cortos chinos, Vicente Anaya, conocido poeta, nos entrega una historización confusa, pues el problema de ser una traducción de traducción no permite solucionar el eterno problema de traspaso al alfabeto de los nombres chinos. Si bien los cuentos poseen todavía ese germen de golpe extremo que lleva a la iluminación, es lamentable no poseer versiones más fieles a los textos para apreciar no sólo el efecto de golpe argumental, sino sus otros niveles.
No es problema único de este libro la traslación de los nombres chinos, sino de un gran número de libros con este tópico. Si bien actualmente existe el sistema pinyin, otros sistemas siguen disputando su lugar. Por supuesto, el problema no viene sólo de esta traducción de la traducción, también de los sinólogos alrededor del mundo. Hasta que ellos lleguen a un acuerdo, el lector tendrá que sufrir.
A pesar de ser el reflejo del reflejo de varios esfuerzos para capturar la esencia oriental, la edición plantea la importante pregunta de la forma y el fondo de la literatura: ¿cómo se captura una forma si ha sido transformada y alejada de su texto originario, de la gota de rocío en la cual encontramos nuestra impresión dispar?
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