Aún no asoma
ninguna partícula de luz, el cuarto de la cabaña permanece en tinieblas y el
silencio se llena del violín del grillo que ha visto a las mujeres del pueblo
recibir a sus maridos, hermanos, padres,
prójimos que fueron a arar los campos de la muerte para que haya días de
guitarras, piedras en el río, paz y noches subterráneas en la cama, contigo.
Sabino, Carlos, Dalton, otros y yo,
quizá estamos despiertos, recargados en el respaldo de la cama, esperando la
primera mañana en casa, escuchando el respirar tranquilo de la tierra amante,
el murmullo de caracola de una niña o el asombro de mi propia respiración
agregándose a la armonía del misterio. Cada uno pensará entonces, a su manera,
en los camaradas que encontraron final morada en la boca inmensa de la guerra,
en el seno del campo de explosiones y mutilaciones; para ellos no más la luz,
no más la dicha sencilla del pan, el canto de la mente: nunca más…
Hay una lengua de aire que viene de
tu sueño y me regresa a tu calor, a tu cintura de barro soplado por ancestrales
dioses, donde ahora reposo mi sien. Pienso entonces en los primeros rayos que
asoman entre los maderos y en la magia curativa de la belleza de la flor o en
la parvada de quetzales que rodean tus senos, ellos se llevaran la sangre, los
gritos, los tanques, las radicaciones, (perdóname por escribir que me
atormentan pesadillas: niños a los que se les cae la piel y andan dando tumbos
en las ruinas de las ciudades tratando de sostener sus cabezas hinchadas
previas a estallar.) las traiciones, los fantasmas de los asesinados en masa,
el velo oscuro. La deformación de mi alma la disolverá el trabajo, los juramentos
cumplidos, la revolución triunfante, los libros y la promesa de horizontes
ámbar que hay en tu mirada. Me abrazo a tu espalda y disfruto de la luz
matutina en tu piel de alabastro; me
siento agradecido, creo que la vida se siente así sólo una vez. Quizá al rato
le pregunte a Sabino, Carlos y Dalton, sí ellos han sentido algo similar: esa
sensación de vastedad, de inundación en el alma del río cósmico de la vida. Es
hora del desayuno.
Así creo que será la primera mañana
en casa, quizá éstas sean mis primeras inquietudes después de que esta maldita
guerra termine; imagino los días consecutivos a la primera mañana: (esos
cuentos te los puse en otra carta) los trigales bajo la luz mortecina del
crepúsculo y tú a mi lado. En el futuro que aquí te describo, radica mi fuerza.
Aquí la noche no llega porque
siempre es noche, el destello de los misiles anuncian otro enfrentamiento, (se
dice que podría ser el último, qué Estados Unidos recibió un duro golpe en la
batalla de Arizona, donde una compañía integrada por mexicanos, uruguayos,
serbios y rusos, lograron tomar el mando de un puesto nuclear; también se
rumora que ha perdido a sus últimos dos aliados: Inglaterra e Israel.
Lamentablemente en nuestra ubicación se perdió todo contacto satelital, estamos
incomunicados, sin duda tú estarás mejor informada) es hora de tripular las
quimeras metálicas, las sirenas llaman a formación. Me despido dejándote la
certeza, como en cada batalla, de que no será ésta la última carta que de mí
recibas, confía en mí, pronto estaré contigo.
Tuyo E. R. H. I.
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