jueves, 10 de mayo de 2012

LA FIGURA DE LA MADRE, SEGÚN CONCEPTOS JUNGUIANOS, EN “LA VENTA DEL CHIVO PRIETO” DE LAURA MÉNDEZ DE CUENCA, por Ramón Félix Alvarado Ciotti


La fuerza narrativa de esta autora de la frontera entre el siglo XIX y el XX asienta con toda firmeza desde entonces la importancia de la literatura escrita por mujeres en México. En el cuento “La Venta del Chivo Prieto” tienen lugar numerosos temas, pero en particular destaca la reflexión acerca del sitio de la mujer en el escenario social. Esta consideración presupone la importancia que la misma autora otorgaba a dilucidar las tensiones subyacentes en el básico seno de la familia, en las que quizá cifraba parte de su propia identidad. Sin embargo, como obra artística, este relato multiplica sus significados al grado de convertirlos en síntesis de una región de lo femenino negativa y, especialmente, de lo materno. En pocas páginas, la autora regala, además, una prosa rigurosa en recursos estilísticos, con los que construye ambientes y personajes cuya densidad se incrementa párrafo por párrafo sin desperdicio ninguno para el remate de la historia, y en los que se podría rastrear indudablemente los orígenes de ciertos pasajes rulfianos, por mencionar una sola de sus consecuencias; por si fuera poco, condensa ahí mismo una serie de símbolos que requerirían de profusas cuartillas para ser abordados honradamente. En este caso, nos dedicaremos a uno solo de sus aspectos, lo materno en la figura de Severiana, para lo cual nos valdremos de los conceptos de Carl G. Jung correspondientes.
Severiana, como su nombre lo indica, es una mujer marcada por la severidad de la vida que ha llevado, que hasta se refleja en su propio carácter e incluso en su descripción: “una gachupina de pelo en pecho, pizpireta, graciosa, de corta estatura y ojos muy decidores”. La ambivalencia de lo masculino y lo femenino, cierta androginia que en el medioevo se habría considerado monstruoso, constituye una de sus principales peculiaridades; de esta manera ella se ha abierto camino en un mundo que no le ha facilitado nada y en el que todavía debe valerse por sí misma con trabajo rudo de sus propias manos.
Según Jung, como arquetipo, la imagen de la madre trasciende el plano personal para llegar a uno más colectivo. En este sentido, la madre no es sólo es persona física que nos dio a luz, sino que igualmente, nuestra experiencia de la madre esta determinada por un conjunto de valores, actitudes roles y expectativas que obedecen a un arquetipo, firmemente arraigado en la tradición sociocultural. Motivos de expresión del arquetipo de la madre abundan en la mitología y las religiones (María en el cristianismo, Parvati en el hinduismo, Deméter en la mitología griega, Isis en el Egipto antiguo, etc.), lo cual implica que el arquetipo de la madre posee varias dimensiones. Algunas podrían ser positivas como por ejemplo todo lo asociado con la protección y la fertilidad; y otras serán negativas, como la muerte, el poder destructivo de la madre naturaleza o simplemente “lo desconocido” (1).
Reunión de contradicciones, Severiana se ha entregado al cuidado de su hijo según se esperaría, pero a costa de cualquier moralidad. Ha cometido ruindades de las que sólo se exime en función del beneficiario, Máximo, quien tampoco por nada lleva ese nombre cuando es la cima espiritual de la unión de sus padres. En este amor por su hijo se manifiesta el lado luminoso de su personalidad, pues en el resto había reinado nada más la oscuridad de sus procedimientos públicos y de sus prácticas privadas. En todo caso, la presencia de la paradoja es el rasgo eminentemente humano de este personaje, a pesar del halo diabólico que le rodea. Hasta cierto punto, la maldad que caracteriza a Severiana a ella misma le pasa inadvertida, lo que al mismo tiempo la inviste de inocencia: es una especie de ángel demoníaco que no sabe ni que es ángel ni que es demonio; fusiona en su conducta los dos papeles, el de la madre cariñosa y el de la mujer rabiosa por la crianza de su vástago. Si en un caso es respetable, el otro está absolutamente fundado en la misma circunstancia.
Este es el doble juego de la mujer al interior de su familia. Por una parte está obligada a velar por los intereses de su prole y por el otro a ganarse el pan a como dé lugar de acuerdo con las coyunturas que se le presenten. En cuanto al arquetipo de la madre, sus categorías se organizan del siguiente modo:
1. Autoridad, sabiduría y altura espiritual más allá del intelecto.
2. Lo bondadoso, protector, sustentador, lo que da crecimiento, fertilidad y alimento.
3. Lugar de la transformación mágica, del renacer; el instinto o impulso que ayuda.
4. Lo secreto, escondido, tenebroso, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo angustioso e inevitable (2).
En pocas palabras, en ella misma conviven diferentes aspectos. Severiana es la autoridad de la casa, sin su vigor, el orden económico se vendría abajo; incomprensiblemente, a no ser por el amor que le profesa, su mismo marido abdicó a favor de esta mujer de claros tintes despóticos –alterando la estructura que bien podría haber continuado según la inercia patriarcal–, dejó en el pasado su identidad y trocó su nombre por otro más adecuado a su nueva personalidad, Desiderio, que mucho tiene que ver con la desidia, por supuesto (o con desiderata, “cosas deseadas”, que en su caso siempre se quedan a medias).
La intuición para los negocios de Severiana permite la feliz marcha de la familia, cuyo vértice principal es Máximo, quien por este esfuerzo consigue estudiar en una ciudad y a quien se le abastecen sus necesidades primordiales; incluso el esposo encuentra sin chistar su sitio en la dinámica y su vida satelital se completa en torno a su mujer, la que también a él le provee sustento por medio del uso dirigido de su fuerza corporal y un sentido de vida por el amor al hijo de ambos. Desiderio ha renacido en manos de Severiana y ella, impulso motor de la empresa familiar, a pesar de su agrio carácter, le ayuda a vivir, aunque sea bajo un tutelaje casi idéntico al de su Máximo.
Sin embargo, el último aspecto guarda la clave simbólica que desatará los acontecimientos que ensombrecen a La Venta del Chivo Prieto. Desde el principio había flotado en el ambiente discursivo una serie de referencias luciferinas para circunscribir a los personajes y al espacio al misterio y a las regiones de lo oculto, siempre que, en los términos que a nuestra perspectiva conciernen, esto oculto en los territorios del inconsciente se correlaciona con la preocupación constante de Severiana como madre por la sexualidad de su hijo, a quien prefiere célibe y sólo para ella. A la manera de una alegoría, los elementos del relato revelan y esconden el drama doméstico entre lo femenino materno y lo masculino como hijo e incluso como padre.
La separación del arquetipo de la Madre constituye la emergencia de un ego separado, significado por este arquetipo del Padre. Este cambio trae múltiples consecuencias. La desvalorización de lo Femenino a partir de la entronización de lo Masculino tiene repercusiones tanto en el plano colectivo como en el individual. En el primer plano, la separación del individuo de la colectividad redunda en un “individualismo feroz”, en el cual el individuo lucha por el domino y el beneficio personal aun a costa del bienestar de la colectividad. Este arquetipo del Padre es asumido tanto por hombres y mujeres, a los cuales podemos observar luchando denodadamente por afirmar su ego (3).
La recurrencia de los sueños, de los presentimientos, en Severiana, deja ver la pulsión que subyacía desde el principio como consecuencia de la independencia de Máximo. La posibilidad de la muerte física contenía en su interior la pérdida del hijo, pero a manos del amor por otra mujer, una sustituta que desvencijaría la armonía, la completitud de una familia que era como “el triple par de riveras de tres alegres riachuelos, ocupadísimos en precipitarse uno en otro”.
La paradoja tiende su trampa cuando el mismo interés por el bienestar de Máximo, por conservar su compañía para viajar por el mundo, la impulsa a asesinar y robar al misterioso –en lo simbólico– forastero, quien sale de las tinieblas para hospedarse en la venta y desaparece en las sombras para huir, como si no hubiera existido, igual que aquellos miedos de Severiana: “encendía velas a la Virgen para que librase a Máximo de ladrones imaginarios, de asesinos que jamás habían pensado en arrancarle la vida, de fieras que no existían”. El amor desaforado se vuelve en contra del objeto de su amor, lo que descubre la impertinencia de su proceder. Si de un hoyo en la tierra, donde lo guardaba, había salido el dinero para la compra del predio, realización de sus sueños, a un hoyo devolvía la peor de sus pesadillas, el cuerpo de su hijo muerto. Muerte que parece castigo, en tres instancias: para la madre a la que se le revira la sobreprotección de su hijo, para el padre que por ser “más bestia que las bestias que alimentaba” no supo sino obedecer desde su letargo como figura paterna y para el hijo que incubó deseos de individuación, cuyo caso, por inocente, se vuelve martirológico.
La narradora advierte al inicio del relato que se trata de uno real, porque para inventarlo “sería menester haber sido engendrado pantera y nacido hombre”, lo que nos sugiere, en una de sus posibles interpretaciones, que ella no es ni una ni otra cosa, evidentemente, sino mujer y, por lo tanto, sabe que de lo que contará es indudable su verdad.
Estamos ante una autora que, aunque aquí apenas se ha señalado desde el marco teórico del psicoanálisis junguiano y los arquetipos su elaboración literaria del conflicto madre-hijo, reflexiona profunda y críticamente los diferentes aspectos que columbran a la mujer y a lo femenino en todas sus expresiones. La lectura propuesta en este artículo pretende evidenciar el sustrato de tipo mítico en el relato y sirva para apuntar hacia posteriores investigaciones, más amplias, verdaderamente cuidadosas y detalladas.


Bibliografía citada:
1 y 2. Saiz, Jesús; Fernández, Beatriz y Álvaro, José Luis. “De Moscovici a Jung: el arquetipo femenino y su iconografía”, en Athenea Digital, número 11, 2007, pp. 132-148 [http://psicologiasocial.uab.es/athenea/index.php/atheneaDigital/article/view/385/330, al 7 de diciembre de 2009].
3. Dorantes Gómez, María Antonieta. “Lo femenino en Jung” ponencia del XI Congreso Nacional de Filosofía, UNAM, 15 de agosto de 2001.
Fragmentos del cuento tomados de Méndez de Cuenca, Laura. “La Venta del Chivo Prieto”, en Impresiones de una mujer a solas. Una antología general, FCE, FLM, UNAM, México, 2006.


Bibliografía consultada:
Domenella, Ana Rosa, y Gutiérrez de Velasco, Luzelena. “Laura Méndez de Cuenca. Forjando la nación, entre el magisterio y la escritura”, en Méndez de Cuenca, Laura. Impresiones de una mujer a solas. Una antología general, FCE, FLM, UNAM, México, 2006, pp. 331-350.
Jung, Carl G. “Sobre los arquetipos del inconsciente colectivo”, en Hombre y sentido: Círculo Eranos III, Anthropos, Barcelona, 2004, pp. 9-45, y Psicología y Alquimia, Editorial Tomo, México, 2002.
Mora, Pablo. “Laura Méndez de Cuenca: escritura y destino entre siglos (XIX-XX)”, en Méndez de Cuenca, Laura. Impresiones de una mujer a solas. Una antología general, FCE, FLM, UNAM, México, 2006, pp. 15-68.
Zweig, Connie, y Abrams, Jeremiah (coords.). Encuentro con la sombra: el poder oculto de la naturaleza humana, Kairós, Barcelona, 1993.

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