miércoles, 9 de junio de 2010

EDITORIAL

Nos será imposible desligar el deseo de iniciar una revista de las pretensiones de protagonismo que seguramente se nos adjudicarán; sin embargo, es el lector, personaje más importante en el mundo de las letras, quien en primer lugar juzgará que no es posible aspirar a la fama con una revista tan escasamente inmortal. Sólo diremos que las pretensiones son ciertas a medias. Que esperamos ser famosos e inmortales sabiendo que fracasaremos. Que el vértigo, encargado de obligar al suicida a retroceder, ha sido ineficaz en nosotros. Saltaremos porque el temor de no hacer nada es mayor al temor de hacer algo y morir en el intento.
  Este empalmo de hojas de manufactura sencilla fue concebido sin imaginar la complejidad de la empresa. Sumamos y restamos, luego dividimos y volvimos a calcular, nunca multiplicamos. Dispusimos que el espacio fuera amplio, abierto, luminoso, y por último verificamos que los cimientos en el fangoso campo de la independencia estuvieran firmes.
  Por cierto que callaremos los oscuros negocios que nos vimos obligados a cometer, las vergonzosas concesiones que entablamos con reciprocidad, los insultos que mediaron entre nosotros con tal de que fuera posible este primer número. No es fruto, en ningún sentido, de la concordia. Tal vez por eso la única conjura que nos puede salvar es que pase de mano en mano hasta que las verdaderas decisiones no corran por nuestra cuenta. De hecho, en virtud de que puede haber quienes lo duden, ya las críticas han tocado los postigos, las que hemos recibido como corresponde: cínicamente.
  Y no es que hayamos sido los más adecuados para esta iniciativa; en todo caso fuimos los únicos. La displicencia aluzó las caras de quienes llamamos en nuestro socorro, en vísperas que nos tomarían más de un año. Nos topamos de frente con el muro del descrédito, no sin razón. Estuvimos a punto también de la desidia, no sin entusiasmo. Pero ilógicos, nos dimos a la tarea de perder el tiempo. Privilegio este último para compartir.
  Invitamos a todos los que lleguen a leer estas palabras, por supuesto que con el deseo de sentirnos menos solos, a ignorar el vértigo y arrojarse con nosotros. Es esta la hora de cometer errores. De cualquier manera el peligro es latente y nos perseguirá el resto de nuestras vidas, es mejor empezar a vivirlo.
  Ahora que esta revista está en sus manos, es de ustedes el trabajo más importante: darle vida con sus colaboraciones, convertirla, con espíritu lúdico y de experimentación, en campo de batalla de uno mismo, mesa cordial o no del dialogo, antro crítico, museo de la crónica, trinchera de la conciencia, albergue de la poesía, manicomio del pensamiento, prostíbulo de las ideas… En suma, hagan de ella lo que quieran, incluso limpiar la mierda y arrojarla después a la indiferencia, como generalmente se acostumbra con estas publicaciones; al final, es su albedrío.

SALUTACIÓN INÚTIL, Antonio Nogueira*

No puedo saludar a quien no conozco y menos a quien va a morir, en lo primero porque no saludo a quien no conozco y en lo segundo porque hay mejores asuntos antes de morir y no seré yo quien los interrumpa. No celebro, en esta lógica, una nueva revista de literatura universitaria hecha por jóvenes, primero por estar hecha por jóvenes que no saben lo que hacen, principal rasgo del ser joven, y porque para celebrar algo habrá que saber primero de qué se trata. De esta revista no es posible aún decir si vale la pena celebrarla, pues ni siquiera he leído, para bien o para mal, uno solo de sus textos, sean estos poéticos o críticos, si algo hay de  poesía o de crítica en ellos. Sin embargo, apuesto la chaqueta que llevo puesta y mi cachucha inglesa a que pasará sin pena ni gloria por el riachuelo de las letras que atraviesa este país, el cual, sobra decirlo, también pasa sin pena ni gloria. Lo apuesto (así, a renglón seguido) porque no es el tiempo de las revistas de literatura ni mucho menos si son éstas universitarias; se ha visto que unas y otras están destinadas al fracaso absoluto a pesar de que haya quien no lo quiera saber, aunque lo sepa, por dos razones: 1) los universitarios de hoy no leen lo suficiente ni lo de sus propias carreras y 2) la literatura ocupa un sitio menor en el gusto popular, si no sentimos la inclinación de llamar literatura a cualquier texto escrito. En honor a la verdad, también hay que mencionar, de pasada, que la literatura que se libera de las exigencias del éxito, incluso antes de que éste ocurra, es una literatura redimida del gramaticalmente pesado fardo de las ambiciones.
*Ex-crítico literario.

LA DANZA BUTOH A LA LUZ DE OCCIDENTE, por Laura Irene Zúñiga

Demasiado corpóreo,
limitado,
compacto.
Tendré que abrir los poros
Y disgregarme un poco.
No digo demasiado.
Oliverio Girondo, “Restringido propósito”.

A pesar de la dificultad que para un ser moderno implica el hecho de considerarse integral, es decir, en armonía de su materia, pensamiento y entorno, resulta intolerable la visualización de un cuerpo literalmente fragmentado, como el emanado de las generaciones expuestas a la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki. Ser testigo o testimonio de los huesos expuestos, las venas, los folículos; de la fusión de la piel con los órganos visuales y auditivos, de la transformación de los cuerpos en masas uniformes, y aún considerarse parte de la raza humana, implica una capacidad intuitiva para llegar a la conclusión de que el Ser es mucho más que la materia de su cuerpo.
     Hacer evidente esa fragmentación literal, rescatarla como prueba del poder y la indolencia ilimitada de hombres cuyos pensamientos fueron capaces de instaurar hectáreas de desiertos donde antes hubo sociedades humanas, y lograr que a pesar de la reconstrucción de los edificios, las familias y los cuerpos nunca se borren las huellas del vacío impuesto para silenciar es una necesidad de esa danza que asegura un lugar en el escenario a la indefinible esencia humana.
     Si bien, presenciar un espectáculo de danza butoh puede causar aversión, no sólo por el aspecto inusual de algunos cuerpos −no necesariamente jóvenes, no habitualmente musculosos, no comúnmente excluido el deterioro de su carne−, sino también por la paciencia a la que es sometido un espectador occidental y moderno  −acostumbrado a las ágiles demostraciones de la danza clásica y tradicional−, esta forma de la danza, como muchos otros aspectos de la cultura oriental, procura una sensibilización que deje atrás ese estereotipo de belleza que reduce lo humano a lo corporal.
     En el desarrollo y expansión del butoh, cierto fenómeno merece una atención importante. Aunque en sus inicios surgió como un rechazo a la rápida “occidentalización” a la que la sociedad japonesa se inclinaba; en su expansión hacia Europa y América, se trata de un proceso inverso de “orientalización” que ya había comenzado con los intercambios económicos del siglo XVIII y obtenido su acceso al panorama artístico con el afán orientalista de las primeras vanguardias de fines del siglo XIX.
Es, por otra parte, un aprendizaje del silencio como medio vital para el diálogo, luego de que las sociedades sean víctimas y culpables cotidianas de la intolerancia a la voz de los otros. Si bien cada manifestación artística es sobre todo humana y cada obra maestra se sobrepone a los regionalismos, las clasificaciones, teorizaciones y patentes; esta disciplina, a pesar de estar principalmente sustentada en una filosofía oriental, se conecta con búsquedas que atañen a toda comunidad moderna que ha visto sus castillos ideológicos esfumarse y, aún más importante para el caso, desaparecer de su primera plana a la propia figura del hombre, para ser sustituida por máquinas inteligentes y misiles.
Es de subrayar en esta danza un movimiento espacial sin banderas ni estirpes, a la medida de lo humano. En aras de una trascendencia necesaria del cuerpo, es preciso comenzar con la disolución de las diferencias, ya no hay morfologías continentales ni raciales, y mucho menos esa obligada distinción de género a la que nos han orillado los recientes discursos gubernamentales. Se puede llegar hasta donde nuestras intensiones de fusión con el cosmos lo permitan. En el terreno de las almas, la percepción del volumen, la forma y el color no es un tema posible. Ese es el principal motivo del blanco utilizado en muchos de los trabajos de danza butoh.
Ésta, como muchas obras contemporáneas, demanda una actitud menos pasiva de sus receptores, quedó atrás el encanto de la butaca. Es común el enojo del público, incapaz de entender en qué momento los recintos del arte dejaron de dedicarse al regocijo y placer de los sentidos, para fomentar y aplaudir el disgusto. De alguna manera, subyace un cometido artístico de todos los tiempos: el de atentar contra la comodidad como estilo de vida. El silencio, ya sea para descifrarlo, propiciarlo, combatirlo o soportarlo, siempre es un reto.
Lo butoh, en su aspiración de trascender lo humano, de purificar lo humano, de devolverlo a la pureza incorpórea, convierte el baile en deseo de lo absoluto, el punto máximo al que puede llegar un cuerpo en la danza de los pies enterrados es la inmovilidad. Al igual que otros procesos individuales que se trabajan de lo interno a lo externo, puede ser intolerable desde fuera, porque apenas es posible percibir el movimiento de esas almas acompañadas por los cuerpos en tránsito. No obstante las pretensiones, se ha instaurado una estética que, lejos de esos primeros años de real repulsión y veto, parece tener éxito por sí misma; de alguna manera, ya hemos sido educados en el extremo del péndulo que ha superado el horror al espacio vacío.
En este entorno, es preciso afinar el concepto de “espectador” que comenzó a ser cuestionado y desacreditado en los años 60, a raíz de las teorías de Grotowski, Stanislavski o Augusto Boal. El desempeño tradicional del que espera en su grato asiento una sucesión de escenas preparadas para su satisfacción cedió terreno al “participante” de un hecho artístico. El silencio, el vacío y la inmovilidad puestos sobre el escenario son sólo un camino que el asistente ideal debe recorrer hacia sí mismo, en un proceso de desarrollo humano que completa el quehacer del bailarín.
En la recepción, también debe dejarse de lado cualquier costumbre interpretativa, puesto que la práctica pugna por la búsqueda de un estado original, previo a la codificación de las emociones y, por lo tanto, previo a su simbolización. Luego de una ardua técnica depurativa, nunca fácil para un ser social, lo que se observa es una serie de impulsos biológico-orgánicos. El resultado de este procedimiento suena intransmisible, sobre todo en culturas con un patrón de aprendizaje alejado de la experiencia y ceñido a las explicaciones, los cuestionamientos y la teoría. Rumbo a la trascendencia del círculo lógico de la existencia de las cosas, en aras de la libertad de la conciencia, un receptor de danza butoh debe comenzar por dejar en el vestíbulo cualquier exigencia del pensamiento. 
La técnica de butoh se inscribe en la polémica indeterminación de los géneros contemporáneos, gracias a su multidisciplinaria alimentación cultural, aunque en la vía poco concurrida del teatro sagrado, cuyo reto fundamental es, según Peter Brook, no sólo la materialización de lo invisible, sino la aportación de las condiciones suficientes para su percepción. Por supuesto, fundadas en esa necesidad comunicativa de lo impalpable, es de esperarse que no todas las apuestas se concreten en el exitoso desplazamiento o instauración del espacio sagrado de los templos al escenario, a través de la mediación de intérpretes que, bajo esta dinámica, también trasladan al extremo de sus vidas la búsqueda y la práctica de lo divino.
Por lo dicho anteriormente, el asistente debe poner en práctica un alto grado de paciencia consigo mismo, pues ya se ha dicho que para una persona automatizada en el aprendizaje y la sensibilización a través de procesos mentales de interpretación, más que a partir de la experiencia y los sentidos, la danza butoh es todo un desafío.

Bibliografía sugerida:
Brook, Peter, El espacio vacío. Arte y técnica del teatro, Barcelona, Nexos, 1986.
Camila Lizarazo, María,  monografía de estudios teatrales: “Lo grotesco en el butoh”, dirigida por: Mauricio Martínez, Universidad de los Andes, departamento de humanidades, mayo de 2000. (http://www.japonartesescenicas.org/danza/articulos/grotesbutoh.html).

CUATRO VERSIONES DE JUDAS, por Israel Rojas.

Dos tendencias he descubierto, al corregir las pruebas, en los misceláneos trabajos de este volumen. Una, a estimar las ideas religiosas y filosóficas por su  valor estético y aun por lo que encierran de singular y maravilloso. Esto es quizá, indicio de un escepticismo esencial. Otra, a presuponer (y a verificar) que el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación de los hombres es limitado, pero que esas contadas invenciones pueden ser todo para todos, como el Apóstol.

Jorge Luis 
Borges, Otras Inquisiciones.

Cuando en 1944 se publicó el libro Ficciones de Jorge Luis Borges, el autor tal vez no esperaba que su libro se tornara en el icono de la literatura fantástica ni que su nombre, a partir de ese momento, se agregara a los anales de la historia literaria. Mucho menos imaginó, quizá, la polémica que muchos de sus cuentos desataron; en ese momento se pensó y debatió sobre la fantasía quijotesca de Pierre Menard y muchos se maravillaron con el descubrimiento del planeta Tlön. No sé, por otra parte, qué tanta atención se le prestó al cuento “Tres versiones de Judas”, lo que sí intuyo es que para muchos este cuento representó una verdadera perturbación; para otros, un blasfemo juego teológico en el que Borges no solamente hace gala de su conocimiento bíblico y de algunos de los postulados del gnosticismo, sino de una “fantasía cristológica”, en la que muchos vieron una endeble reivindicación de Judas, que en el fondo es una vindicación del judaísmo, un mundo por el cual Borges sentía simpatía y al que vituperaban a través de la imagen del apóstol traidor.            Mas el tiempo ha pasado y el cuento de mi interés ha despertado a nuevas lecturas y nuevas polémicas. “En Tres versiones de Judas”, Borges regresa “a un terreno bien conocido por él: la investigación epistemológica realizada por un oscuro erudito.”[i] 
    Este oscuro erudito es Neils Runeberg, Personaje teologal que en 1904 presenta su primera versión de Judas en su libro Kristus och Judas. En dicho libro ficticio Runeberg, “miembro de la Unión Evangélica Nacional, […] hondamente religioso”, analiza el “misterio central de la teología”, el misterio de la relación entre Judas y Jesús.Primero distingue una primera especulación de Tomas de Quincey donde se relaciona a Iscariote con grupos de judíos rebeldes que buscaban, a través de la condena a Jesús, mover al pueblo a una revuelta contra Roma; pero “Runeberg sugiere  una vindicación de índole metafísica”. Todos conocen la historia: Jesús está solo, apartado de sus discípulos, orando en el huerto del Getsemaní, cuando se presenta Judas Iscariote acompañado por soldados del Sanedrín. Llega ante el maestro señalándolo con un terrible beso, los soldados toman preso a Jesús pese a los esfuerzos de los apóstoles que han sido testigos de la traición de Judas, quien después termina dándose muerte bajo la sombra de un árbol. El personaje de Borges postula, a partir de los acontecimientos referidos, que el acto de Judas no es un hecho casual; por el contrario, “fue un hecho prefijado que tiene su lugar misteriosos en la economía de la redención”. Runeberg continúa, con marcada base platónica (“el orden inferior es un espejo del orden superior”), toda vez que Dios se hizo carne, es decir, humano (la forma arquetípica, Dios, se materializa, se degrada, es imperfecto) lo hizo como un sacrificio en pos de los hombres: “Para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre”.
El sacrificio de Judas consistió, según Runeberg, en “rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y a ser huésped del fuego que no se apaga.” De acuerdo con el postulado del Topos Uranus, diremos entonces que la imagen reproducida del arquetipo (el hombre, Judas) se degrada aun más, reflejando con su dolor el dolor de Jesús, accediendo con ello a su forma original a través de la experiencia aguda de la degradación interna. Runeberg lo explica: “Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aún más la Reprobación.”
            La tesis de Runeberg es apasionante por el claro carácter herético y desmitificador. Borges, contrario a lo que postulan los evangelios canónicos y con ellos la institución eclesiástica, nos entrega a un Judas heroico; su traición no es tal, por el contrario, Judas es un asceta que no envilece su cuerpo: “Judas hizo lo propio con el espíritu. Renuncio al honor, a la paz, al reino de los cielos […] Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno”. Lo más importante de esto, y que aún no he mencionado, es que el gran sacrificio que hizo Judas, lo hizo porque así le fue mandado, él fue elegido. Él, “único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús”. Por el momento, es suficiente mencionar que Judas era consciente de esa verdad divina: más adelante nos concentraremos en dicha verdad.
            En el texto de Borges, la tesis de Runeberg fue refutada “por los teólogos de todas las confesiones”. El ficticio obispo de Lund refuta con una fuente fidedigna extraída de la Biblia: “el tercer versículo del capítulo veintidós del Evangelio de San Lucas”: Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno de los doce. Esta refutación del ficticio obispo de Lund es importante, puesto que representa la primera versión de Judas, es decir, la versión que conocemos a través de los evangelios aprobados por la iglesia, en pocas palabras, se trata de la versión oficial de los hechos. Esta primera versión de Judas se ha mantenido vigente hasta nuestros tiempos, incluso en 1953, nueve años después de la aparición de Ficciones, Giovanni Papini, famoso escritor italiano, escribe de manera sentenciosa en torno a  Judas, las siguientes palabras:  “Satanás entró en Judas la noche de la cena. Judas, pues, estaba poseído por Satanás: era, en aquel momento, la veste y la forma humana de Satanás”[ii]. Papini continúa, llevando el tema del traidor al límite, concluye: “La persona [Judas] en la cual se había escondido [Satanás] fue arrojado como un guiñapo y como un guiñapo colgó de la rama. Enloquecido el traidor, amorosísimamente traicionado.”[iii] Lo esgrimido por Papini es no sólo una reafirmación del dogma institucional, es también la validación de la creencia cristiana de que el bien y el mal son agentes externos al hombre y que en consecuencia el hombre se encuentra a merced de fuerzas superiores, tratando quizá de suavizar la figura mítica de Judas, imagen sobre la que se ha forjado el antisemitismo atroz del cual tenemos memoria.
Volviendo al cuento de Borges, una vez refutada la teoría de Runeberg, éste se entrega a su reelaboración. Casi tres años tarda en publicar su “libro capital” el Den hemlige Frälsaren, en él, Runeberg postula su segunda versión de Judas. Versión que, como el mismo Borges narrador afirma, “es una mera perversión o exasperación de Kristus och Judas”; en ella se exagera el concepto del sacrificio ejercido por Dios, como la afirma el argumento general del libro ficticio: Dios totalmente se hizo hombre pero hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: Fue Judas.
“La conclusión es monstruosa”, dice el narrador, pese a que Runberg expone premisas como la posibilidad de que el redentor pudiese “sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed. Pudo sentir que pudo pecar y perderse”, y por lo tanto, también podía cumplir con su destino a través de una sacrificio aún mayor, puesto que se había rebajado a la forma más envilecida del ser: Judas, quien, recordemos, “eligió culpas no visitadas por ninguna virtud”.
Si la primera tesis de Runeberg causo polémica, la segunda fue victima de la indiferencia y el desdén. Acontece para el personaje la terrible verdad, “Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia.” Sin ninguna otra motivación, Runeberg se entrega al destino de morir, revelándosele que le esta vedado dar a conocer la verdad.
Como se mencionaba en un principio, el cuento de “Tres versiones de Judas” en su momento despertó quizás un tímido interés en los lectores. Alguno críticos incluso vieron en el interés teológico de Borges, una especie deseo frustrado que lo hace fabular sobre tradiciones ya muertas: “Y así las obras de Borges son, casi sin excepción, espléndidamente inertes, como bustos, como camafeos.”[iv]
Castellani también afirma que en la obra de Borges existen sombras teológicas, herejía y “una especie de protestantismo radical y duro, sin dogmas, sin tradición, sin Escritura […] Borges en el fondo es también teologal: hay un teólogo y un filósofo frustrado en él.”[v] El juicio de Castellani en torno a Borges, se asemeja en el fondo al juicio ejercido por la iglesia sobre Judas. Se entiende por Castellani que Borges realmente estaba alejado de la comprensión a fondo de mundo cristiano y que por lo tanto, como teólogo, Borges estaba alejado de conjeturas plausibles en este ámbito. Sin embargo, el cuento “Tres versiones de Judas” muestra premisas que se asemejan mucho a una cuarta versión de Judas que Borges no conoció, pero que intuyó. Esa cuarta versión esta fuera de la ficción de Borges, aunque de alguna manera ya se encuentra presente; estamos hablando del Evangelio según Judas, texto que, cotejado con el cuento de Borges, viene a cerrar este análisis.
Antes de pasar a él, haré hincapié en la naturaleza ficticia de las tesis propuestas por Borges en su cuento. El escritor argentino en 1975, presenta en El libro de arena, otro cuento de índole teologal llamado “La secta de los treinta”; en el epílogo a dicho libro, Borges aclara: “‘La secta de los treinta’ rescata, sin el menor apoyo documental, la historia de un herejía posible”. El cuento, vale la pena decirlo, es la ficción sobre una secta de la que se tiene vago conocimiento a través de un manuscrito incompleto.  Sin embargo, queda claro que sus conjeturas no vinieron de la nada. Sin duda, Borges, que era conocedor de las escrituras sagradas, conocía también que el cristianismo pasó por varías etapas después de la crucifixión de Jesús; por lo tanto, tenía conocimiento que había otras formas de la cristiandad diferentes a la que se constituiría como la religión oficial.
En los primeros dos siglos de la cristiandad, la iglesia católica se fundamentó a partir de la selección de textos que conformarían el Nuevo Testamento, es decir, construían su dogma absoluto y para ello necesitaron perseguir y aniquilar toda forma de cristiandad que atentará contra sus principios. Uno de esos grupos antagonistas del cristianismo ortodoxo, aparte de simonianos, ebionitas y nazarenos, fueron los gnósticos, seguidores de la misma rama del cristianismo temprano.
Los gnósticos, (gnosis significa “conocimiento” en griego) explica el estudioso de la Biblia, Marvin Meyer, de la Universidad de Chapman, “creían que hay una fuente primaria de bondad, la cual concebían como la mente divina, fuera del universo físico. Los humanos portan una chispa de ese poder divino, pero lo detiene el mundo material que lo rodea”[vi]; por lo que Meyer concluye que estas ideas agnósticas atentaban realmente contra la organización y verosimilitud de la iglesia, pues el grupo proponía “que las personas ordinarias podían estar conectadas con Dios. La salvación consistía en despertar esa chispa dentro del espíritu humano y reconectarla con la mente divina. Para lograrlo, se requería la guía de un maestro, y ése, según los gnósticos, fue el papel que desempeño Cristo. Quienes entendían su mensaje podían convertirse en algo tan divino como Jesús mismo.”[vii]
Bajo estos postulados gnósticos era entendible que la iglesia se sintiera amenazada, ya que si el hombre puede tener contacto con Dios a partir del conocimiento intrínseco de sí mismo ¿de qué entonces serviría la mediación de una iglesia que se materializa en sus jerarcas? ¿Para qué la institución si Dios no es un asunto de índole material, terrenal? Entonces, y de esto es muy probable que Borges tuviera conocimiento, pues está registrado, “alrededor del año 180 d.C., Ireneo, el obispo de Lyon, escribió un extenso tratado llamado En contra de las herejías. El libro atacaba los puntos de vista sobre el mensaje de Jesús que diferirían de aquellos del pensamiento tradicional de la iglesia. Entre los denunciados se encontraba un grupo que reverenciaba a Judas y que había producido una historia ficticia que denominan el Evangelio según Judas.”[viii]
De la misma manera creo que Borges también tuvo noticia de la existencia de otros textos apócrifos de raíz gnóstica que igualmente fueron condenados por la iglesia, el conocimiento del gnosticismo por parte de Borges lo podemos corroborar al imaginar a su teólogo Runeberg como uno de los dirigentes de “uno de los conventículos gnósticos”. De tal manera que las fuentes que toma Borges para sus tesis sobre Judas pueden ser rastreadas, como ha quedado demostrado, aunque de esas fuentes no conoció los textos, sólo las ideas centrales del gnosticismo con las que desarrolló su trama, basadas en libros condenados pertenecientes a la ficción, de los que sólo se sabía que alguna vez habían existido, pero nadie los había visto.
Sin embargo, en una extraña vuelta del laberinto, en 1978 se hace el gran hallazgo. El escritor Tomas Eloy Martínez comenta al respecto:
En 1978, un grupo de campesinos que buscaba tesoros enterrados en las cuevas del Egipto Medio descubrió algo mucho más valioso que el oro. Eran los libros del que más tarde sería conocido como Códice Tchacos, compuestos por un grupo de cristianos gnósticos que valoraban el conocimiento como camino esencial para llegar a Dios. Restaurar esos textos, poner un orden mínimo en el complejo rompecabezas, exigió una década de paciencia. Los papiros, resecos por la falta de cuidado, eran una parva de fragmentos minúsculos, ennegrecidos, casi ilegibles. Entre esos desechos estaba el Evangelio de Judas. Después de que National Geographic lanzó una primera edición en inglés, fue traducido a todas las lenguas occidentales[ix].
            Continua Eloy Martínez: “Que el Evangelio de Judas haya sobrevivido a tantas negligencias y saqueos de los mercaderes es un prodigio. Más asombroso aún es que coincida casi letra por letra con las especulaciones de Borges.”[x] Y así es, resulta impresionante el cotejar fragmentos del Evangelio prohibido con la “fantasía cristológica” de Borges.
            Si el lector ha sido atento, podrá distinguir que ya desde el rápido muestreo expuesto sobre las ideas rectoras del gnosticismo, se encuentran similitudes con la teoría de Kristus och Judas de Runeberg, sobre todo si uno observa con sumo cuidado que ambas ideas tienen un trasfondo platónico. Antes hemos visto cómo en la teoría del personaje de Borges, la forma humana refleja su forma ideal que permanece en un estado superior. Para los agnósticos, recordemos, el conocimiento del hombre permite que el ser común se pueda liberar de su cárcel material que es el cuerpo, la réplica imperfecta de la figura arquetípica que aspira a volver a su forma original que es la forma superior de las ideas, es decir, aspirar a Dios. Aclaremos una cosa más: estas afinidades entre el gnosticismo y la propuesta de Borges sólo se dan en la primera versión de Runeberg sobre Judas; la segunda, como se ha visto, ha quedado de lado puesto que postula la teoría caótica y exasperada de Judas como encarnación del Verbo, en la que algunos grupos agnósticos reverenciaban a Judas como factor infaltable del drama divino; mas no se hizo un culto dedicado enteramente a él, por lo que no existe registro, y si existe no lo he encontrado aún,  de que en algún momento se haya especulado en torno Judas como el iluminado o el elegido, como lo hizo Borges.
            Sin embargo, el lector quedará sorprendido al observar que lo escrito en “Tres versiones de Judas”, se acerca de manera sorprendente a fragmentos ya traducidos del Evangelio según Judas. Retomemos una idea sobre la que prometí volver. Judas fue elegido para saber ese secreto terrible que evidencia el propósito de Jesús. En el artículo de Cockburn encontramos:
En el pasaje clave, Jesús le dice a Judas: “Sacrificarás a la carne que me cubre.”[…] Judas mataría a Jesús para hacerle un favor. Lo que sucederá finalmente es que [Jesús] se deshará de su carne, de lo físico, y por consiguiente liberará al Cristo real, al ser divino del interior. Que se le confiara a Judas esta tarea es señal de su condición especial. “Levanta tu mirada y ve la nube y la luz dentro de ella  y las que la rodean”, Jesús le dice para animarlo. “La estrella que dirige el camino es tu estrella.” Judas entonces tiene una revelación en la cual asciende a hacia “una nube luminosa”. Desde abajo los testigos oyen una voz que proviene de la nube. Aunque lo que dijo tal vez nunca se sepa debido a que justamente esa parte del papiro está rasgada.[xi]       
En tan sólo unas cuantas palabras el encuentro entre Borges y el evangelio de Judas es claro. Judas es el héroe elegido para ayudar a Jesús en su transición. Jesús le ha confiado esa empresa, ¿cuál es ese terrible secreto que refiere Runeberg? El secreto que le devela Jesús a su discípulo es que lo necesita para liberar al “Cristo real.” Lo que realmente preocupó a la iglesia es que ello procuraba un cielo accesible para todos a través del conocimiento y no de la fe. Jesús regresaría a su forma ideal una vez que Judas lo ayudara a dejar el impedimento del cuerpo, y paralelamente la necesidad del sacrifico de Judas refleja el sacrificio de Dios. El momento después en que a Judas lo acomete una revelación es quizá, en términos de Borges, la revelación de su destino porque “él es quien en verdad entiende el mensaje de Cristo”, por lo tanto accede a la verdad del Verbo. Judas al cumplir con su destino, al ayudar y vender a Cristo, accede a Dios aunque eso signifique el mayor de los sacrificios, el conocimiento del dolor humano más profundo que es la degradación interna del ser, denigrarse a la condición del hombre impío, y así “podía rebajare a delator […] y a ser huésped  del fuego que no se apaga”. Por otra parte, la divinidad es también conocedora del dolor físico a través de Jesús, logrando una visión entera de las dolencias y padecimientos del ser humano, tanto interna como externa, físicas, espirituales e intelectuales. Ambos cumplieron con su destino.
            La relación entre la ficción de Borges y la realidad se ha estrechado a partir del descubrimiento del texto antiguo, esto quizá no sorprenda demasiado tratándose de Borges; sin embargo, esta relación es algo que sus detractores no han querido ver, en cuanto a que, por ejemplo, decir que “Tres versiones de Judas” es sólo una vindicación intrínseca y endeble del judaísmo, es como imputar el crimen de Judas a la codicia, “es resignarse al móvil más torpe.” Ni Borges, como aseveró Leonardo Castellani, fue un hombre teologal carente de intuición, ni Judas fue el varón traidor que poseído por Satanás precipitó la caída del Verbo.


Bibliografía:
Aizenberg, Edna, El tejedor del Aleph, Biblia, Kábala y judaísmo en Borges, Altalena, Madrid, 1986.
Borges, Jorge Luis, Ficciones, Nueva Alianza, Madrid, 2003.
Borges, Jorges Luis, El libro de arena, Emecé, Buenos Aires, 1999.
Borges, Jorge Luis, Otras inquisiciones, Alianza, Madrid, 1999.
Cockburn Andrew, “El Evangelio según Judas” National Geographic en español, (México D. F.), 16: 2006, núm. 5, pp. 2-19.
Lafforgue Martín, Antiborges, Vergara editor, Bueno Aires, 1999.
Martínez, Eloy Tomás, “Borges y Judas”, articulo para La Nación, tomado de: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1181718
Papini, Giovanni, “El beso de Judas”, en El Diablo, Época, México, 2002
Woodall, James, La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro, Gedisa, España, 1998,  

  



[i]Woodall, James, La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro, Gedisa, España, 1998, p. 180.
[ii] Papini, Giovanni, “El beso de Judas”, en El Diablo, Época, México, 2002, p. 112.
[iii] Ibidem,  p. 113.
[iv] Castellani, Leonardo, “Inquisiciones y sombras teológicas”, en Antiborges, Martín Lafforgue antologador, Vergara editor, Buenos Aires, 1999, p. 143.
[v] Castellani, op. cit., p. 145.
[vi] Cockburn Andrew, “El Evangelio según Judas” National Geographic en español, (México D. F.), 16: 2006, núm. 5, pp. 2-19.
[vii] Cockburn, op. cit., p. 12.
[viii] Ibid, p. 11.
[ix] Martínez, Eloy Tomás, “Borges y Judas”, articulo para La Nación, tomado de
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1181718. p.3.
[x] Martínez, Eloy, op. cit., p. 3.
[xi] Cockburn, op. cit., p.15

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RASGOS SIMBÓLICOS EN PERSONAJES DE DOÑA MACABRA DE HUGO ARGÜELLES, por Ramón Félix Alvarado Ciotti

La fuerza expresiva del esperpento pone de relieve rasgos típicamente pasados por alto. Desde Valle-Inclán, ya sabemos que “los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento” y que el sentido trágico de la vida –la mexicana, en este caso – “sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”; en contubernio con el gran guiñol, este recurso multiplica sus posibilidades. Reconocido como el antepasado del cine gore, el teatro de gran guiñol abarrotaba sus salas en París a partir de 1897 en la medida que los espectáculos que ahí se presentaran descompusieran los gestos de los asistentes hasta la crisis o el desmayo.[i] La presencia de la sangre, de la muerte, de los escenarios espeluznantes contribuía al éxito en sus propósitos. Sin embargo, el humor forma parte de esta expresión en la obra que nos ocupa a través de la farsa, pieza corta cómica, esencialmente popular, de acuerdo con la definición de Ann Ubersfeld, que “tiene por característica girar alrededor de un engaño: en general hay un mentiroso o ‘farsantes’, más algunos engañados”. Ésos son los personajes, dice la especialista. Un engaño triunfante o desarticulado es, a menudo, la intriga.[ii] Tres recursos que constituyen esta obra teatral y nos advierten de la extravagancia del terreno, de la ‘hibridez’ de su constitución, por más de que algunas veces sólo se repare en el éxito comercial de la obra en su producción televisiva.

            A todas luces, la presencia de canciones mexicanas ubica en un espacio cultural a los personajes; no es gratuita la cita de versos relativos a la muerte. En las tradiciones del país, el culto a la muerte ocupa un lugar principal. Pero también aquella Danza macabra medieval viene a cuento, como las calaveras que se escriben en vísperas de noviembre. Sobre la muerte festiva nos dicen:



ARMIDA: ¡No me digas que esa señora tan catrina nos va a venir a visitar! (Ríe.) Ay, mira nada más: ahí está la calaca, sí es cierto, allí está. Oye como que se te parece. No es cierto, ella es más bonita que tú. (Ríe.)

 DEMETRIA: Es más bonita que tu y yo juntas, fíjate.

ARMIDA: Es preciosa la calaca, pero si la tenemos de visita… ¿por qué no pones un poco de música, para divertirnos y festejarla?



Es el contexto mexicano el que se nos presenta en todo momento. Las dos mujeres representan cada una sectores extremos, una, por un lado, a los inconformes que se unieron a la revolución; la otra, a la clase acomodada del XIX, beneficiada más tarde por el periodo de Porfirio Díaz. Una de 70 y la otra de 71 años, respectivamente. Edades que corresponden a las generaciones que vivieron aquellos años, como por su parte cada personaje está determinado por el mismo factor. Al inicio del primer acto la acotación contrasta a estas dos mujeres:



Demetria está limpiando un rifle. Tararea: “La rielera”. Está vestida de soldadera, con blusa de caqui y canana. Al cuello, un paliacate. Lleva una larga trenza canosa.

Entra Armida vestida de negro, muy fin de siglo. Peinado alto, cuello de encaje y un collar de perlas. Actitud refinada.



En todo caso, Armida y Demetria son personajes hermanados por el sufrimiento, en el que radican precisamente las razones de este esperpento y de la farsa. Una y otra han sido de alguna manera heroínas de sus propias historias, pero ya de tal manera locas, envejecidas, anacrónicas y siniestras, que nos aparecen como un par de despropósitos que urden tinglados para su diversión:



ARMIDA: Mira, ya las dos hemos sufrido lo bastante, como para andar a diario de cara larga, tono sepulcral y con las heridas del alma chorreando a todas horas.



Y más adelante:



ARMIDA: Y ya que nos tocó perder tanto, siquiera que el sufrimiento sea menos.



Enseguida se resume la finalidad de esta representación sustentada en el humor negro y nos ofrece una puerta de acceso al sentido de los recursos que ocupa, a manera de una sugerencia de lectura:



DEMETRIA: Sí, sí, mejor llorar y reír… pa’ no llorar.



            Pero de esta celebración ya se nos avisa que no es ocasional, sino un experimento, “¿qué clase de experimento?”, pregunta Othón, y contesta Armida “(Observándolos divertida.) Digamos que de convivencia… Ritual”. Es decir, este rito, como también anuncia con la palabra psicodrama uno de los personajes, irá más allá del simple disfraz, pues una teatralidad así expone una multitud de signos. Se dirá después: “festival anímico-musical-barroco” y “populachero y nocturnal”.

En los personajes de Doña Macabra de Hugo Argüelles se cifrarían, como vemos, varias raíces que alimentan la identidad mexicana.

Por una parte, la imagen femenina de la mexicanidad en Demetria, representante ella de lo nacional que hay entre la Malinche y la adelita, nos viene de la Conquista y la Revolución, episodios cuya sangre corre para bien o para mal, pero siempre inevitablemente, por las venas de México. La otra, la de Armida es la feminidad proveniente más bien del mestizaje que desde la Colonia reclama el lugar que de hecho ocupa en la aristocracia, esa casta que devino clase social, la herencia decimonónica cuyos parámetros todavía jerarquizaban a la sociedad mexicana en abolengos y según haciendas en tiempos del Porfiriato. Figuras maternales ambas cuyas contrapartes no son menos elocuentes. El Coronel, miembro de la milicia que vertió sangre por una patria incierta, personifica una actitud enterrada precozmente, pero que ha dejado un tesoro en el subsuelo. Octavio, por su lado, interpreta al padre presente que encarna una reflexión sobre la masculinidad “ilusionista”, hacedora de su mujer ideal: cadáver, pero exquisito.

Fantasmas que vuelven de ultratumba, tocados por el esperpento, para recordar a sus herederos las íntimas deudas que los constituyen. Dice Demetria a Armida: “¿Qué no seremos, Octavielo, tú y yo unos meros fantasmas que todavía no se enteran que lo son?”; y da la clave ella misma: “A los difuntos nomás es cosa de saber oír con el corazón”.



OCTAVIO

Licántropo, hipnotizador, profesor Aricará –aricarar, “arar superficialmente” –, Octavio el Grande, ilusionista, supersticioso. “Ya está en una clínica donde le proporcionan los medios suficientes para su readaptación”, dice Mario. Es la figura masculina que sobrevivió a la revolución mexicana, cuenta con los 60 años justos para haber sido muy niño para la bola; renuente todavía para conceder cabeza a la mujer que construye. “Cuando le cortan la cabeza a uno ipsofactamente se convierte en trofeo”, dice Armida, como si de una máxima maquiavélica se tratara. No obstante, implica asimismo una reflexión sobre la posesión del cuerpo, aunque sea inanimado, como un poder erótico. “¡Debe ser una especie de médico, de loco o de asesino!”, clama Lucila cuando ha conocido el oficio del huésped.         

Para el año en que esta obra fue escrita, parece incluso atender a la predilección por los viajes del presidente en turno, heredero también de los frutos de la revolución, como se ha dicho.



ARMIDA: ¡Ah, ya anduviste indagando! ¡Pero qué chismosa! ¡Cómo se ve que eres de la familia! Pues sí, tengo un huésped, es un agente viajero.

OTHON: O sea, que no siempre está en la casa…

ARMIDA: Nomás cuando viene a México. ¿Alguna otra preguntita?



ARMIDA

Es la sobreviviente de la clase dominante que fue sacudida por la revolución y las vicisitudes de aquellos años, por estar el país debatido entre Díaz, Madero, Villa, Zapata, Carranza, etcétera. Encarna a la clase alta mexicana de esa época, pero convertida en una anciana fuera de su tiempo, enloquecida por el amor perdido, por el hijo perdido, por el hijo que busca y en cierto modo encuentra en la figura de Mario, por el rechazo que su propia familia tiene de su actitud, de su élite. Dice Armida: “En Londres hay un club de damas que justamente tiene de estos pececitos y los cuidan y les echan hasta sus joyas… por snobs” y adelanta “claro, con eso se calcifican mejor. Yo también les echo las mías, a veces…”

            El hijo perdido significaría la falta de sucesores dignos, pues la nación que está a la vista está constituida por personajes mediocres, gente como la sobrina y su marido.



DEMETRIA: A veces, la he sorprendido en su cuarto arrullando a un niño que imagina, fantaseando pues.

OCTAVIO: Pero para Armida debe ser real. Tanto como para mí, mi Crisótida (La ve con ternura) y para ti, la otra Demetria con la que a veces platicas.

DEMETRIA: Estamos requetezafados. ¿Verdad Octavielo? Porque nada de eso es de gente cuerda.



DEMETRIA

Dice Demetria: “todo por servir se acaba; y vaya que nosotras hemos servido, sobre todo la una para la otra”. De todos los personajes es quien mejor evoca en el imaginario su significado simbólico, lo que se ha vuelto para la mexicanidad la revolución: unas trenzas, cananas, corridos, etcétera. Entabla una cercanía con la llorona, cuando cuenta sobre su hijo perdido en una batalla: “y ahí me dejaron rodando por el monte, gritándole, llamándolo…, pero no apareció nunca. Luego, cada vez que entrábamos en alguna ciudad o algún pueblo, iba yo casi de puerta en puerta preguntando por él.” Y al mismo tiempo con la Malinche, si prestamos oídos a los dicho por Octavio Paz en cuanto a la relación de ésta con la llorona. Tampoco tiene herederos y aunque los busca, no los encuentra, quizás sólo en los animales que ampara, como el caballo cuya anécdota revela el carácter surrealista de lo mexicano en la justicia.



RICARDO

“Algo bien turbio” debió sucederle, dice Othón. Armida cuenta que, mal herido, lo perseguían “los chacales de Huerta” y fue protegido por su familia, lo que le costó perderla, hasta que él mismo murió, quizás enterrado a destiempo por la confusión con sus viajes astrales. Su ausencia parece prematura, como prematura pudo ser la prescripción de los méritos de esos militares y la entrada a la vida institucional del país por medios improvisados. Tampoco tuvo herederos sino oportunistas. Demetria lo describe al vuelo ante Armida:



DEMETRIA: Todavía te acuerdas de lo que quiso ser y no pudo ser.



LUCILA Y OTHÓN

En ellos se compendia el sector contra el que responde doña Macabra, quien los describe por sus puntos débiles, acaso los principales. Personajes no menos grotescos ni menos caricaturizados que los otros, tampoco con ellos sabemos si reír o meditar sobre lo que significan. Herederos completamente desinteresados del origen de sus herencias:



ARMIDA: Yo no estoy sola, tengo a Demetria. Pero aunque estuviera sola, prefiero estarlo que soportar ese mundo que está lleno de gente estúpida (la ve) y mezquina, convenenciera, pragmática y mediocre.



En varios momentos conocemos de los impulsos que mueven a estos mexicanos, sujetos a la patria con sus reglas económicas y sociales, productos del Estado moderno ya conformado para esa década, muy diferente a la de sus antepasados:



OTHÓN: En el fondo, tú y yo siempre nos hemos entendido.

LUCILA: Lo que pasa es que ahora estamos hablando de dinero.



            Para corroborar las cualidades, otro ejemplo:



LUCILA: ¿Qué no sería mejor ponernos a trabajar?

OTHÓN: ¡Ni lo mande Dios!



            Desde entonces, este texto consigna la indiferencia que ya veríamos en cuanto a feminicidios años después, pero que en suma dibuja a estos personajes, repercutiendo contra la idiosincrasia nacional toda:



OTHÓN: (Leyendo.) Año de 1963: La policía todavía no encuentra las demás partes del cuerpo de la hermosa mujer que apareció flotando mutilada en el canal del desagüe. Hasta ahora falta por encontrar los brazos, las manos, las piernas, los pies, la cabeza y el ombligo. (Ríe) ¿Y cómo pueden decir que es hermosa? Seguramente el tronquito debe estar muy bien. (Da vuelta a la hoja del periódico.) ¡El futbol!



LEONOR Y MARIO

Predilectos de los ancianos porque han heredado lo que de ellos corresponde. Él admira al olvidado Octavio, ella tiene la actitud que prefiere Armida. Mario se presta a la caracterización de don Juvenal, un anciano, como en demostración de su atavismo, de su flexibilidad para adecuarse a las pasadas generaciones, con tal de obtener consideraciones especiales. Además, la distinción que hay en sus portes, en sus bellezas, les confieren la simpatía de los viejos, exceptuando tal vez a Demetria, quien no demuestra una inclinación particular por ellos. Leonor y Mario son ejemplos de la otra parte, en contraste con Lucila y Othón, de los herederos de esas influencias históricas representadas en Armida, Demetria, Octavio y Ricardo.



El tesoro encontrado refiere de cualquier manera a la riqueza en forma de descubrimiento, de un sacar a la luz aquello que subyace en los fundamentos de este edificio. Sin embargo, están por verse las significaciones de los porcentajes. Cuánto hay de premio y cuánto de fardo en este tesoro:  A Leonor, 17 por ciento, “para que seas millonaria el resto de tus días”; a Mario, cinco por ciento, “porque vas a tener que arreglar muchas cositas mías, ya lo veo venir”; a Othón y Lucila, 25 por ciento, “porque Othón encontró el tesoro”; a Octavio, 17 por ciento, “para que sigas con tus experimentos”; a Demetria, veinte por ciento, “para que le puedas dar de comer a todos tus animales”, y el 17 por ciento restante “en obras de beneficencia”. En fin, las posibilidades simbólicas de los personajes en esta obra, y los detalles en general, motivan en una lectura de este tipo, numerosas interpretaciones; empero, es un trabajo que aquí sólo se apunta, cuando exige mayor cuidado y detenimiento que los que le he dado.





Bibliografía:



Argüelles, Hugo. Doña Macabra, en Obras, t. 4., Colección Escenología. Grupo Editorial Gaceta–Departamento del Distrito Federal. México, 1994, pp.17–118.

Smith, Paul Christopher. “Tradition and Experimentation: Mexico City Theatre, Summer 1989,” Latin American Theatre Review, 24 de enero de 1990, pp. 137–147.

Toro, Alfonso de. “Reflexiones sobre fundamentos de investigación transdisciplinaria, transcultural y transtextual en las ciencias del teatro en el contexto de una teoría postmoderna y postcolonial de la ‘hibridez’ e ‘inter–medialidad’”, en Gestos, núm. 32, septiembre, 2001, pp. 14–49.

Ubersfeld, Ann. Diccionario de términos claves del análisis teatral. Galerna. Buenos Aires, 2002, p. 58.

Valle-Inclán, Ramón María del. Luces de Bohemia. Espasa–Calpe. México, 1987.







Sitios:  

http://www.filos.unam.mx/LICENCIATURA/Teatro/la_ultima/guinol.html
http://www.grandguignol.com/ (Ambos al 15 de julio de 2009).










[i] Véase “El Teatro del Gran Guiñol” en   y el sitio GrandGuignol.com con amplia información al respecto   (Ambos al 15 de julio de 2009).


[ii] Anne Ubersfeld. Diccionario de términos claves del análisis teatral. Galerna. Buenos Aires, 2002, s. v. “farsa”.