jueves, 10 de mayo de 2012

EN EL FONDO DE UNA BOTELLA DE TEQUILA SE AHOGA UN PEZ DE PLÁSTICO, por Oliver Velázquez Toledo


Para Tego Calderón y Héctor “El Father”, por la tiraera.

Los mal-viajantes actuales, por ende, se vuelven cretinos, cínicos, infernales, embrutecen, se pierden, se desperdician, se vuelven malos comediantes, pobres payasos.
Heriberto Yépez

Hasta la madre, todo el tiempo hasta la madre. Había gente en el baño, en las recámaras, en el patio, en la sala, afuera de la casa, en sus autos, sobre la banqueta, fumando, cogiendo, chupando, poniéndose hasta la madre. Hasta la madre de gente la casa, hasta la madre la gente en la casa, hasta la madre yo en mi casa y de tanta gente en mi casa, y la casa también hasta la madre de todos nosotros; pero comprendes, al final comprendes que hay designios incuestionables que contravenir sólo empeora los resultados, así que también te entregas como todos a la cosa, y la cosa para aquí, la cosa para allá, como haciendo filosofía; forjan churros, sirven chelas, tiran pedos, se arman los chingadazos, etcétera, etcétera, etcétera. Espérame tantito, le digo, voy por un tren para los dos; cuando regreso, ya había tumbado la ventana, bailaban en el comedor un par de nenas, el otro estaba tirado en el suelo de un putazo, ah, la música, ¿quién apagó la música?, no sean pendejos, pero bueno, al hospital, se acabó la fiesta, un carro, cabrón, un carro; ah, pinche Rana,  tan güey.
Luces de madrugada en los sesos, al fondo de un periférico en ayunas, con un Diazepam adentro, varios gallos, varia cerveza, la cara pintada. Me voy a morir, cabrón, no, pinche Rana, no te vas a morir, sí, a huevo, me voy a morir, váiganse a la verga, yo sé lo que digo. Furiosa, la máquina borracha de nosotros mismos arremetía la lisura de sus neumáticos sobre el asfalto hasta el hospital. El director redacta sobre su escritorio, se queda pensando, pone los dedos sobre las teclas, desespero, veo mi propia imagen en el vidrio a sus espaldas, pinche viejo tan mamón, veo al tipo del gorro negro, melena sucia, agostado por malpasadas, indisciplinado por dentro y por fuera, pintarrajeado, voladísimo. ¿Usted se hace responsable? Ríe, claro, el del gorrito, yo me hago. Teléfono, contesta; su amigo está muy agresivo, cálmelo, dice el médico, andan a los pasillos, a la mitad está la Rana deteniendo la sangre de su brazo, exige atención de las enfermeras a patadas en la puerta de la sala de espera, no, espérate, tres policías lo rodean, vámonos, les tira patadas, vámonos, chingá.
La orden de traslado dice sujeto de treinta años presenta herida en antebrazo, riesgo de rotura en los tendones, acompañante igualmente intoxicado. Nos vamos a las Salinas, la Rana todo pálido se va durmiendo, los labios amoratados, cuando se acuerda lloriquea, se vuelve a dormir. Traigo a estas horas los guantes sin dedos húmedos de sangre, las manos entumidas por el frío y ese pinche hospital con el que no damos pronto. Otra banda viene detrás, en otra nave, haciendo montaña, nomás para ver en qué acaba el pedo. Dos láminas braman, una línea blanca justo entre los ojos a la altura de la nariz.
Siddanthrax, llégale al cantón, porfas, carnal, valió verga, la Rana se puso loco, madreó a un compa, dile a todos que le lleguen y los que no, acomódalos, menos en mi cuarto, nel, que se vayan, dile a la que se llama Karina que se meta, al rato llego. En la casa, las viejas en su reven, borrachas, todos, hijos de su puta madre, como si no hubiera pasado nada, la música, los pomos, pero lléguenle, chavos, ya fue, como de que no, de barbas. Vasos por aquí, colillas por allá, la tele en el piso, una mesa volteada, ni modo. Karina está en medio de su tratamiento psiquiátrico y unos tragos de chela, mira como si pidiera un final feliz; la Zacil danza según su alucine le da a entender, meneando su no poca cadera al ritmo de Hendrix, she’s a fox, she’s a fox, tararea, sensual, se toca entre las piernas, las tetas, con una gracia que sólo las vueltas etílicas del reloj le proporcionan. Ambas se han estado tallando cuando abren la puerta y les preguntan sus nombres, que no oyen porque tienen el ruido a todo lo que da, voladas las bocinas, qué, qué, ah, sí, soy yo, soy yo, que dice que te quedes aquí, entonces aquí nos quedamos, contesta la otra. La Karina pide un cigarro, trata de encenderlo, pero la luz va de un lado a otro, la boca no la encuentra, ríe Karina, no puedo, se abraza a quien tiene más cerca, la toman de la cintura, se antoja, su carne todavía en los veinte, a ver, le dicen, concéntrate. Moi, quien ha llegado junto el Siddanthrax, se le queda viendo, nel, comenta, el culero se va a enojar, ya lo conozco.
Háblenle a sus hermanas, que se enteren, pero que no le digan a su jefa, no mames, sus zapatos, sepa la chingada, ahí viene la camilla, pinche Rana, sostente, cabrón, estás pesado. Los tipos de bata lo suben con trabajos, cruzan Urgencias, se pierden en la vuelta de una esquina, cuánto tiempo van a tardar, sepa, pregunta, nel, qué hora es, las cuatro, ya vámonos a dormir. En el auto, unos con otros, cabezas en pechos, sobre muslos, borrachos todavía, abrazados, hubiéramos traído un gallo, no mames, con estas prisas se olvidó, risas.
Luego el metro, la pinche gente en el vagón, a trabajar, bien temprano, y uno con esta cruda, el desvelo, solo. Se me quedan viendo, ha de ser la cara de payaso, por más no se me quita, necesito agua. Abro la puerta, el desmadre a todo lo que da, envases vacíos, ceniceros pletóricos de ceniza, corcholatas, envolturas, unos lentes pisados en el suelo, una mochila de quién sabe quién, condones en el sofá, usados, claro, hijos de la chingada, pero bueno, dejaron un toque apenas prendido, chingón, me siento, lo enciendo, fumo, abro las ventanas, que entre el aire, pinche olor a cantina, qué vida, vale verga, a ver si así se limpia esto. Mejor salgo al patio, hay un cabrón dormido en el columpio, con la cabeza colgando, me acuesto en la hamaca, agarro una caguama que le quedan unos tragos, puta, una colilla de Delincuente, escupo, chingá, ni pedo, al menos es puro tabaco, sigo bebiendo. Al rato abro otra puerta, ahí están las dos, sobre la colchoneta, la Zacil sin pantalones, por fin conozco la blancura de sus piernas que tanto se discutía entre los amigos; Karina duerme bocabajo, su ligera respiración demuestra la profundidad del sueño, me hinco entre sus pies, miro sus nalgas, parece que usa pañales, la toco, no, son de verdad, río, meto la mano debajo de la falda, se mueve, en su cara surge una parábola permisiva, seguro sueña, río, le saco los calzones, se enredan, batallo un poco, pronto mi mano halla un montecito de pasto negro y rasposo, estiro un dedo como vara de Moisés y brota agua, una agüita pegajosa. No estén chingando, masculla Zacil, a raíz de los compases, de esos ires y venires, ay, venires, cámara, qué rico, ni pensarlo, aquí me voy a estar hasta que despierte, le levanto la cadera, ella extiende sus brazos, se hace pendeja, ya la sintió, pero no abre los ojos, pinches güeyes, dice Zacil, ya mirándome con una sonrisa alegre y encontrando a veces el rincón del pantalón donde me nace la verga, eres un cabrón, piensa, luego lo dice, pero como con modorra, río, hace un rato que me la estoy cogiendo y ni te habías dado cuenta.
Okey, okey, andaban ustedes en su pinche desmadre ahora que me acuerdo, ya váyanse pinches viejas, no te enojes, es que sí pareces un payaso, como Brozo, óóóraleee, ríen, no estén chingando, además tú también traes una cara, es que me levanté temprano y me metí la otra mitad que había dejado, ¿no quieres una?, para que te alivianes, nel, lléguenle, voy a limpiar el cantón, te lo pierdes, dice la de las piernotas, nos vamos en la noche al Dada, me vale madre, yo voy a ver a la Rana, a ver qué transa, nel, voy mañana, estoy crudo, déjenme para un par de chelas, culeras, se van así nomás y ni ayudan con nada, como quieras entonces, vamos por las chelas y luego nos vamos, nel, ya ahorita, lléguenle. El caso es que nueva cerveza, nueva vida. Zacil está botada en la hamaca moliendo una pasta para la caguama y Karina me soba sobre la mezclilla para ver si me contento. Estuvo cabrón, nos fuimos hasta la Magdalena, allá lo recibieron, es que se había puesto muy loco el güey y nadie lo quería atender y más se encabronaba, le quito la mano, después el pinche director del hospital de no sé dónde, que se había puesto muy mamón, me dio el traslado para que lo recibieran, sólo así; el puto, río, estaba bien espantado, río, decía que se iba a morir, vuelve la mano, no me opongo, a las lágrimas el muy puto.
Otra vez pacheco y medio pedo. Al final fueron ocho caguamas que la Zacil pagó y algunas bachas que hallé en el piso. Pero ahora estoy solo. Ni en la casa ni adentro distingo dónde empieza el caos. La alacena fue asaltada y una lata de sardinas no sobrevivió a la jauría. Me siento en una silla, veo la zona de batalla abandonada, las minas que explotaron y los casquillos percutidos, el olor de la pólvora que se quemó durante la noche. El Siddanthrax dijo que todos se fueron cerca de las cuatro de la mañana, cuando él llegó, porque también estaba en una fiesta, de ahí se había jalado al Mollejas, y que todo se había hecho como le había pedido. Con el maquillaje de sobra, alguien pintó un rostro de payaso en el vidrio de la Monalisa que reina en la sala, quién jijo de la chingada, quién sabe, pero todo me dice algo, quiero una taza de café y no hay café, quiero un toque y no hay yerba, no hay cerveza, no quiero tocar los pinches condones llenos de una vida blancuzca que ni mía es, que se mueran los niños a medias en su probeta de látex; no hay universidad y ni la quiero, seguramente tampoco habrá ya trabajo, no hay mujer, no hay familia, no tengo madre, mi padre no existe, en el fondo de una botella de tequila se ahoga un pez de plástico, voy a lavarme la cara, a ver si así despierto, en el espejo encuentro la de payaso que ya había olvidado, me enjuago, me miro en el espejo, el maquillaje no se quita, me enjuago de nuevo, no se quita, me restriego la cara, no se quita, no se quita.

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