jueves, 10 de mayo de 2012

¿QUÉ PASÓ CON LA ESPERANZA?, por Aliosha Lailson Barrios


El intrigante poema en prosa de Vallejo “Voy a hablar de la esperanza” apunta desde el título su temática. Paradójicamente, sus lectores nos encontramos con que, a largo de las cuatro estrofas (o párrafos, pues es una prosa poética), la esperanza brilla por su ausencia. Aún más, el tema del que se ocupa el poeta en los cuatro puntos que conforman su texto es casi el contrario absoluto de la esperanza: el sufrimiento. ¿Por qué entonces anuncia en el título que se referirá a la esperanza?
El dolor que el poeta expresa resulta muy peculiar, es un dolor especial que se extiende por todo el texto, lo inunda por completo. Su expresión es tan totalizante que no deja espacio para que se presente nada más que él, ni siquiera el patetismo, del que la expresión poética del dolor está comúnmente rodeada, se manifiesta. El poeta está estancado en el sufrimiento, rodeado por él, su dolor ni avanza ni retrocede. ¿En qué lugar entonces tendremos que buscar a la esperanza? Se podría aventurar una conclusión y decir que, puesto que sólo el dolor está presente y el poeta ha asimilado el hecho de que toda su percepción está volcada al sufrimiento, cualquier cambio que se manifieste en el estado de ánimo tendrá que provocar esperanza: “cuando no hay nada que perder, hay todo que ganar”, diría un miembro del club de optimistas; pero me parece que Vallejo de ninguna manera está cercano a ese club.
Se concentra el poeta en describir su dolor. En cuatro puntos, César Vallejo nos habla de un dolor que está más allá de la identidad, que trasciende toda realidad, que va más allá de las causas, más allá de todo lo conocido y que está fuera del tiempo, es decir, no está sujeto a mutabilidad.
Lo más común de los sentimientos es que se originen de situaciones personales. El dolor, al igual que el resto de los sentimientos, es subjetivo. Cuando a un individuo le duele una herida o la ausencia de un ser querido, el resto de la gente no puede sentir lo mismo. La identidad antecede al dolor y es, de cierta manera, la causa de él. Quiero decir que si mi hermano muere no es posible que un hombre en China, que nunca lo conoció, sienta el mismo dolor que yo. De igual manera sucede si me rompo una pierna, jamás pasarán por mi mente las mismas cosas, ni sentiré con la misma intensidad, que un sadú en la India al que le pasara lo mismo. Antes que el dolor está la identidad, el primero es determinado por la segunda, es su causa, y por mucha empatía y compasión que sientan los otros por mí, jamás sentirán lo mismo que yo. Sin embargo el dolor que describe Vallejo se desprende de su identidad, aún más, antecede a las características que dan cohesión al individuo César Vallejo:
Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, ni como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
El sufrimiento no depende en este caso de la identidad, al contrario, pasa sobre ella,  la elimina. Los elementos que conforman la identidad del poeta quedan superados por el dolor. Así, el individuo César Vallejo se difumina en medio de un dolor totalizante. La condición de hombre, e incluso la de ser vivo, quedan desplazadas por ese dolor que surge desde más abajo, antes que la identidad y antes que la vida, de un modo más originario que ella.
Los sentimientos son, por lo general, respuestas a estímulos generados  al exterior de la mente y el alma de dónde emergen. Son causados por algo externo que vendría a ser su causa. El dolor del que nos habla el poeta, nuevamente toma distancia del común denominador de los sentimientos, no tiene causa de origen ni explicación:
Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento.
Más aún, no sólo antecede a cualquier tipo de estímulo que pudiera ser su origen, también supera y absorbe a cualquier otro tipo de dolor, es un dolor omnipresente, una especie de dolor cósmico:
Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba, hoy sufro solamente.
De norte a sur, de arriba abajo, el sufrimiento del poeta lo abarca y supera todo. Sin causa de origen carece también de solución. Esta fuera de cualquier marco temporal pues es anterior a la vida y supera la muerte:
Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos.
Incuso la muerte, acompañada por otro tipo de dolor, el hambre, no podría superar el dolor del poeta. De su tumba saldría al menos una brizna impulsada por ese dolor que se posesiona de todo lo referente a César Vallejo y lo elimina, hasta de su muerte.
El sufrimiento encierra al poeta, lo sitúa en un punto sin retorno en donde a la vez ya no es posible continuar, es como la nada, el poeta está en el medio de una nada que es puro dolor y lo absorbe y destruye todo. Su dolor es más antiguo que el tiempo, es atemporal, flota por sobre el tiempo y no existe nada que pueda cambiarlo, está en todos lados y bajo cualquier circunstancia, es un dolor cósmico:
…mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en una estancia obscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda o que suceda. Hoy sufro solamente.
Pero el título del texto había dicho que se hablaría de la esperanza, ¿en dónde está la esperanza ahora? Ante un sufrimiento atemporal, sujeto a la inmutabilidad, sin causas ni consecuencias, un sufrimiento que lamió al mundo el día mismo de la creación y lo dejo embarrado de una baba invisible de la que sale un constante hálito de dolor, ¿qué esperanza se puede tener?…  Ninguna. La esperanza resulta absurda cuando el cambio, para bien o para mal, ha quedado erradicado. Si todo duele, si el dolor ha estado y estará siempre ahí, trasfondo inevitable de la existencia, la esperanza no existe.
En un rodeo retórico, el poeta ha dicho que hablaría de la esperanza, pero ha hablado del sufrimiento, un sufrimiento que permite al poeta referirse a la esperanza, hablar de ella sin hacerlo; pisotearla, aplastarla, dejarla fulminada, reducida a una simple palabra que remite a algo inexistente en su mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario