jueves, 10 de mayo de 2012

Escrito encontrado en el campo de batalla de Honolulu, Hawai, tres años después del ataque biológico, por Israel Rojas


Aún no asoma ninguna partícula de luz, el cuarto de la cabaña permanece en tinieblas y el silencio se llena del violín del grillo que ha visto a las mujeres del pueblo recibir  a sus maridos, hermanos, padres, prójimos que fueron a arar los campos de la muerte para que haya días de guitarras, piedras en el río, paz y noches subterráneas en la cama, contigo.
            Sabino, Carlos, Dalton, otros y yo, quizá estamos despiertos, recargados en el respaldo de la cama, esperando la primera mañana en casa, escuchando el respirar tranquilo de la tierra amante, el murmullo de caracola de una niña o el asombro de mi propia respiración agregándose a la armonía del misterio. Cada uno pensará entonces, a su manera, en los camaradas que encontraron final morada en la boca inmensa de la guerra, en el seno del campo de explosiones y mutilaciones; para ellos no más la luz, no más la dicha sencilla del pan, el canto de la mente: nunca más…
            Hay una lengua de aire que viene de tu sueño y me regresa a tu calor, a tu cintura de barro soplado por ancestrales dioses, donde ahora reposo mi sien. Pienso entonces en los primeros rayos que asoman entre los maderos y en la magia curativa de la belleza de la flor o en la parvada de quetzales que rodean tus senos, ellos se llevaran la sangre, los gritos, los tanques, las radicaciones, (perdóname por escribir que me atormentan pesadillas: niños a los que se les cae la piel y andan dando tumbos en las ruinas de las ciudades tratando de sostener sus cabezas hinchadas previas a estallar.) las traiciones, los fantasmas de los asesinados en masa, el velo oscuro. La deformación de mi alma la disolverá el trabajo, los juramentos cumplidos, la revolución triunfante, los libros y la promesa de horizontes ámbar que hay en tu mirada. Me abrazo a tu espalda y disfruto de la luz matutina en tu piel de alabastro;  me siento agradecido, creo que la vida se siente así sólo una vez. Quizá al rato le pregunte a Sabino, Carlos y Dalton, sí ellos han sentido algo similar: esa sensación de vastedad, de inundación en el alma del río cósmico de la vida. Es hora del desayuno.
            Así creo que será la primera mañana en casa, quizá éstas sean mis primeras inquietudes después de que esta maldita guerra termine; imagino los días consecutivos a la primera mañana: (esos cuentos te los puse en otra carta) los trigales bajo la luz mortecina del crepúsculo y tú a mi lado. En el futuro que aquí te describo, radica mi fuerza.
            Aquí la noche no llega porque siempre es noche, el destello de los misiles anuncian otro enfrentamiento, (se dice que podría ser el último, qué Estados Unidos recibió un duro golpe en la batalla de Arizona, donde una compañía integrada por mexicanos, uruguayos, serbios y rusos, lograron tomar el mando de un puesto nuclear; también se rumora que ha perdido a sus últimos dos aliados: Inglaterra e Israel. Lamentablemente en nuestra ubicación se perdió todo contacto satelital, estamos incomunicados, sin duda tú estarás mejor informada) es hora de tripular las quimeras metálicas, las sirenas llaman a formación. Me despido dejándote la certeza, como en cada batalla, de que no será ésta la última carta que de mí recibas, confía en mí, pronto estaré contigo.

                                   Tuyo E. R. H. I.



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