En vísperas del viaje a Francia del profesor Escalante, del que volverá en septiembre próximo, consideramos oportuno obtener una conversación con él para conocer de primera mano los entretelones que supone cada clase, pero que por la distancia que la inercia inflige, sujetos a la academia, nos perdemos. En pos de ese objetivo, cuyo cumplimiento habrá que buscar con cada uno de nuestros catedráticos, pretendimos romper el hielo comenzando con uno de los críticos sobre literatura contemporánea que ocupa un lugar decisivo en los periódicos.
–¿Cómo fue su formación en la licenciatura, qué carrera estudió?
–Mira, en realidad yo debo reconocer que he tenido una vida un tanto extraviada, hice varios intentos en varias disciplinas. Hubo una época en que estaba, en la época de juventud, muy politizado, de hecho me inscribí en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, quería estudiar para politólogo o sociólogo. Mi vida ha dado una serie de tumbos, no soy el mejor ejemplo para un estudiante; pero yo creo que cada quien va encontrando la verdad de su propia vida. Después de eso terminé, porque había dejado inconclusa, la carrera de leyes. Mi formación inicial es de abogado, aunque muy pronto me di cuenta de que como abogado no iba a funcionar; también escribía cuentos y poesía, desde niño prácticamente, entonces la vocación literaria la descubrí muy pronto y también un poco tarde, porque luego ya cuando fui abogado me dije “bueno, la verdad yo no quiero ser abogado” y en esa época me vine a vivir a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades de trabajo. Me vinculé a la Universidad Metropolitana que estaba en ese momento en proceso de formación y empecé a dar clases aquí; ya estando aquí alguien me sugirió que estudiará la carrera de letras, una maestría; yo pensé que no podría estudiar una maestría, puesto que tenía una licenciatura muy diferente, pero ya me explicaron que sí, que paga uno ciertas materias para equilibrar y, en efecto, estudié la maestría de letras. Más tarde hice el doctorado, pero esto es resultado de una serie de tanteos que fui teniendo en mi vida.
–En su propia experiencia, ¿cómo ha sido el diálogo entre filosofía y poesía?
–Bueno, un remanente de mis lecturas orientadas hacia la política fue el interés por la filosofía, que era un interés muy juvenil y no sé, a la mejor siempre consideré que la filosofía era muy difícil, entonces nunca estudié filosofía formalmente, pero sí me recuerdo a mí mismo tratando de leer textos filosóficos, recuerdo que por mi cuenta leí las Lecciones preliminares de filosofía, de García Morente, y recuerdo que por mi propia iniciativa tenía ahí la Fenomenología del espíritu de Hegel, y a veces trataba de leerla, sin entender nada, pero, bueno, yo hacía el esfuerzo, como que siempre estaba consciente de que es a partir de un esfuerzo que tú logras algo. Entonces sólo muy tardíamente descubrí que empezaba a entender cosas de filosofía, pero en la filosofía mi formación fue más que nada autodidacta y sólo ya en una etapa de madurez, cuando me inscribí en el doctorado en literatura, pues hice una especie de trampa, yo lo llamo, porque todos los seminarios que tomé fueron de filosofía, como que me interesaba ya reforzar ese aspecto de la formación filosófica. Por eso yo nado entre dos aguas, mi maestría y doctorado son en letras, pero muchas horas de mi tiempo las he dedicado a leer filosofía, que además yo mismo me justifiqué que la necesitaba para explicarme este poema de José Gorostiza, “Muerte sin fin”, que es un poema que tiene una infraestructura filosófica de alguna manera.
–Usted no es de aquí, de la Ciudad de México…
–Yo soy de Durango. Mi formación original es en Durango, allá estudié la primaria y allá estudié la carrera de leyes.
–¿Aquí estuvo en la UNAM?
–Yo aquí estudié en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
–¿En qué año estuvo ahí?
–En la UNAM estuve en realidad en dos épocas, estuve en 66 y 67 cuando yo quería estudiar ciencias políticas y luego estuve hacia mil novecientos setenta y…, me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras en 75, hice la maestría y me recibí en 79. El primer producto de mi vida académica es un libro que escribí sobre José Revueltas, que fue mi tesis de maestría.
–También tiene un libro sobre jazz, ¿cierto?
–Pues no propiamente un libro, sí llegué a publicar artículos y una especie de plaquette sobre cuestiones de jazz, porque, bueno, también desde muy chamaco me gustaba el jazz. De hecho, llegué a formar un grupo de jazz, hacíamos free jazz, que puede ser lo más fácil o lo más difícil del mundo porque es ponerse a improvisar y a lo que salga y formación musical no la tengo, pero sí cierta cosa autodidacta de escuchar mucho jazz, eso sí.
–¿Toca algún instrumento?
–El piano y el saxofón.
–Todavía.
–Pues el saxofón lo tengo muy abandonado. A veces le doy al piano, pero lo aporreo, yo digo que no lo toco, yo lo aporreo, con toda libertad.
–Al dedicarse al arte, en este caso específico a las letras, uno busca algo que va más allá de la simple estabilidad económica, algo que podríamos llamar un crecimiento espiritual; pero en estos casos siempre esperamos el reconocimiento de una colectividad, algo que al final sería un pago, no muy alejado de la riqueza económica, ¿usted elabora su trabajo esperando este reconocimiento o lo hace únicamente por un crecimiento espiritual?
–La pregunta es compleja. Yo diría que el punto básico de sustentación es la subsistencia material, digamos, yo de alguna forma estoy muy ligado a lo que es la universidad, porque desde hace más de 30 años trabajo en la universidad. Claro, eso me da una base muy sólida, una plataforma, porque tengo resuelto de alguna manera el problema económico al tener una base en la universidad desde su fundación, porque me tocó ser fundador de esta unidad, y de la universidad por lo tanto. La universidad tiene 35 años, son los años que yo tengo trabajando aquí, soy del personal más antiguo. Ahora, cuando uno escribe, no escribe uno, creo yo, pensando en un beneficio material, económico, porque además la poesía no te da para vivir en México, a lo mejor la crítica literaria un poquito, porque te pagan por un artículo, pero igual lo que te pagan por un artículo, por una reseña o por un ensayo, es muy poco. Entonces eso lo haces tú por gusto propio y quizás también por un posible reconocimiento a una labor, es decir, en la medida en que publicas un libro de poemas pues ya te empiezan a decir que eres el poeta, ¿no?, digamos, eso te da un distintivo. Yo, cuando ingresé a esta universidad, publiqué algunas cuestiones en el terreno de la poesía y pues decían "ah, es el poeta", “además escribe”, o sea, no tenía meramente la formación de, pues, “me titulé” o "tengo un doctorado en el colegio de México", no, sino que tenía ese plus o ese extra que es "el que escribe". Entonces, aunque no quieras, creo que sí está implícita esta búsqueda de reconocimiento, porque lo otro sería también muy feo, que tú publiques un libro de poemas y nadie te identifique, que nadie te lea, que publiques en los periódicos y que nadie te lea, sería un contrasentido horrible porque estás buscando una comunicación. Es algo que tiene la letra escrita, tú como profesor o conferenciante te diriges a un público de treinta o de sesenta personas, pero un artículo que publicas en el periódico, virtualmente, o sea como una posibilidad, lo pueden leer cinco mil, claro, si bien te va, a lo mejor nada más te leen dos o tres gatos; también caes en un terreno muy difícil, no sabes quién te leyó, esa es mi experiencia como articulista en los periódicos, nunca sabes quién te leyó, de pronto sí, alguien te comenta algo y sientes bonito, porque bueno, sí, alguien me leyó.
- En este camino por la crítica literaria, después de tanto tiempo, se van creando necesariamente animadversiones, ¿cómo es lidiar con este asunto, se pierden amigos, se ganan amigos?
- La crítica, ejercida tal como yo la ejerzo, tiene ese lado difícil, pues en lugar de ganar amigos, a lo mejor los pierdes; vas perdiendo amigos en el camino porque además la cultura crítica en México está muy subdesarrollada, la gente no entiende que hagas una crítica de un libro, piensa que estás criticando a la persona de carne y hueso, no al texto, y por lo tanto si yo escribo una crítica negativa de un libro de David Huerta, no solamente pierdo la amistad de David Huerta, sino de todos los amigos de David Huerta que consideran que es un gran poeta y que yo estoy equivocado además y que soy una bestia de mala leche por criticar a un poeta. Es más fácil que te abras paso en la república de las letras como creador, como poeta o novelista, como cuentista, como dramaturgo, que como crítico, al crítico siempre pesa la idea de que el crítico es un resentido, porque es un tipo que intentó escribir y se dio cuenta de que no sabía escribir o que no le salían bien las cosas y entonces ya de perdida se dedica a la crítica. Siempre hay una idea deficitaria del crítico, como alguien que no la hizo el terreno de la creación y se refugia el terreno de la crítica, como si fuera el terreno de los amargados, también hay que luchar contra ese prejuicio, claro, se requiere de cierta madera, no digo un espíritu de sacrificio ni un heroísmo, pero sí se requiere de una madera para ser crítico y para mantenerte en esa posición crítica.
- ¿El lugar de la crítica en México tiene que ver con este concepto de que vivimos en una especie de república de la simulación donde todo estaría bien, lo que se espera de una reseña es que hable bien del libro?
–Claro; pero creo que eso tiene que ver con la vida total de México, también tenemos jueces que simulan impartir justicia, políticos que simulan que hacen las cosas y a veces no las hacen, es más retórica que realidad. Todo el país es como un país de la simulación y entonces también tenemos que simular que hacemos crítica cuando son notas de sociales: “Bienvenido al mundo del libro, porque eres muy buen escritor, nos estabas haciendo falta", y el lado negativo de la crítica, que creo que es el que realmente cuesta trabajo, porque escribir una reseña elogiosa de Cien años de soledad no me causa ningún problema, pero el día que escribas algo en contra de García Márquez entonces sí te puede causar problemas; ahora, no estás obligado a hacerlo, solamente que de veras creas que es malo.
–¿Una crítica que busca opinar lo diferente?
–Sí, tampoco hay que caer en eso. A fin de cuentas el crítico tiene la obligación de decir la verdad, o si es muy pretencioso hablar de “la verdad”, porque eso es como decir “yo tengo la verdad”, al menos “su verdad”. Yo siempre he entendido la crítica como una especie de apuesta y que el verdadero crítico se ve cuando se atreve a decir no, cuando se atreve a decir que algo está mal hecho, pero el crítico no es tampoco un ser superior, el crítico se equivoca igual que cualquier otro mortal, es un riesgo que hay que correr, me parece que sobre todo el crítico que se ocupa de la producción actual siempre está corriendo riesgos, porque ya sabemos que el Quijote es una obra maestra, ahí ya no hay broncas, pero el último libro que acaba de sacar Juan Villoro ¿es bueno o es malo? Ahí no tienes una tradición que respalde porque es un libro que acaba de surgir, de un escritor con prestigio, pero a fin de cuentas se está decidiendo quién es Juan Villoro, ¿es un autor que vale la pena o no vale la pena? A fin de cuentas, la crítica contemporánea, creo, es por muchas causas la más arriesgada, tienes que arriesgar más.
–En lo personal, ¿usted se siente más poeta o más crítico?
–Me siento más crítico literario y ensayista que poeta.
–¿Qué consejo podría darle a los estudiantes que en algún momento esperan obtener un reconocimiento de la colectividad?
–Yo digo, primero que nada, que antes que el reconocimiento, uno debe hacer lo que le gusta, vamos, creo que si tú me pides la fórmula para triunfar en la vida, diría "hacer lo que te gusta, realmente", claro, te pagan por hacer lo que te gusta, entonces a lo mejor ya no te gusta tanto, porque es algo que haces obligado, la sociedad te obliga a vivir de un… pero yo creo que a la postre lo que da rendimientos es que tú hagas lo que te gusta hacer, claro, hay que descubrir lo que te gusta hacer, también; pero una vez que descubres lo que te gusta hacer, pues hazlo y trata de darte gusto a ti mismo haciendo lo que te gusta y creo que tanto el aspecto económico como un posible reconocimiento en términos de prestigio vendrá por añadidura o no vendrá, pero, bueno, lo importante es que tú hagas lo que te gusta hacer, lo que te satisface íntimamente, creo que eso es a la postre lo que te hace feliz, lo que hace que te vaya bien en la vida. Es una especie de creencia mágica, pero bueno.
–¿Ser profesor era lo que usted esperaba, está satisfecho?
–Me gusta ser profesor, aunque no es tampoco algo que yo me haya propuesto, sino que es también un poco... la vida me fue llevando hacia allá. Alguna vez hubo la oportunidad de ser profesor, y bueno, sí me gusta ser profesor, el diálogo con los alumnos, creo que eso es algo que también te mantiene en la actualidad, te mantiene vivo.
–Para más adelante, ¿cuáles son sus planes, en qué está trabajando?
–Ahorita no tengo así algo muy claro, en el terreno de la filosofía estamos trabajando a Hegel, he escrito tres o cuatro, quizá hasta cinco textos sobre Hegel, que luego he pensado que me gustaría reunir y que eso formara un libro, pero también está a medio hacer ese libro en dado caso, y bueno, en el terreno literario he estado trabajando más que nada lo que son las vanguardias artísticas en México, también por ahí he ido acumulando una serie de textos que me gustaría reunir en un libro, esos son como los dos proyectos que tengo.
–¿Y en creación?
–Debo decir que escrito muy poco de creación últimamente, pero me gustaría retomarlo, nomás que la creación no depende tanto de una decisión personal, sino que sabes que también se tiene que ir dando un poco.
Así finalizamos la charla. Agradecimos el tiempo y tras un apretón de manos avanzamos a las escaleras para encontrar la salida del edificio “F”; las últimas frases ya no fueron grabadas. En el trayecto nos comentaba, a pregunta expresa, que se había salvado casi por azar del desenlace del dos de octubre de 1968, lo que trajo a colación el recuerdo de quienes había conocido en el movimiento, de aquellos que tras los sucesos se les había traslapado su posición política; también agregó que es más fácil escribir poesía antes de los treinta años, que después ya no se puede tomar a la ligera.
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