Al Dr. P. Larousi, quien le dio cuerpo al texto.
No se necesita ahondar en los personajes de Galdós para darse cuenta, en una primera lectura, de la autonomía que cada uno adquiere y de cómo ésta depende del mundo literario que forjó el escritor, así también, de la trascendencia de ciertos personajes que en dos o más obras sirve de base para dicha autonomía, como el famoso doctor Augusto Miquis o el prestamista Torquemada. Es por eso que en las novelas galdosianas, nos dice Agustín Yáñez, “toda su fuerza arranca de los personajes y no de la anécdota que se narra; ésta puede ser pobre, monótona, de antemano sabida o presentida […]; sin embargo, las peripecias de los personajes poco importan para mantener la atención, sostenida por el desenvolvimiento de los caracteres”. Cada personaje es presentado de manera individual y encarna la dualidad entre bondad y maldad, los personajes son como en la vida real, ni buenos ni malos, sólo son y rebasan el límite del realismo al generar una visión del mundo.
Galdós llega en la construcción de sus novelas al grado de que cada estrato social es recreado con minucia, asimismo recrea su estado emocional, por lo que no es raro encontrarnos distintos tipos de personajes en una sola novela. Un tipo de personaje en particular que Galdós aborda constantemente, es el loco. Aquí me refiero a un personaje enigmático, que a pesar de su locura pareciera ser el personaje más cuerdo en Fortunata y Jacinta: Maximiliano Rubín. Y sobre él vale la pena preguntar ¿su locura es verdadera o es sólo un artificio para evadir la realidad?
La figura de “Maxi” aparece hasta la segunda parte de la obra galdosiana, lo primero que leemos sobre él es un retrato detallado de su físico: “era de cuerpo pequeño y no bien conformado, tan endeble que parecía que se lo iba a llevar el viento, la cabeza chata, el pelo lacio y ralo […] Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer”, se describe como un personaje tímido, achacoso, “raquítico, de naturaleza pobre y linfática, absolutamente privado de gracias personales”, no por ello tonto, aunque impotente en sus relaciones conyugales. Es un hombre frustrado que recurre constantemente al ensueño para aislarse de la realidad: “soñaba que tenía su tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también, figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no tan caído para adelante, imaginándose que se arreglaba la nariz y que le brotaba el pelo”. Más adelante el narrador, ahondando en los pensamientos de Rubín, revela que se convencía de ser otro, no tenía jaquecas y hasta se veía a sí mismo como oficial del ejército; nada más alejado de lo que realmente era.
Por todo lo anterior se deduce que “Maxi” vivía entre dos realidades, por ello idealiza la figura de Fortunata y es de esa idealización de la que se enamora. Concuerdo con Ignacio Elizalde y Ricardo Gullón en que el deseo de evasión de Maximiliano incurre en la creación de una realidad alterna, su locura se vuelve patente cuando presiente la segunda infidelidad de Fortunata y aumenta al sospechar que ella está esperando un hijo de Santa Cruz.
Con la evasión justifica la infidelidad de su esposa y se protege ante la sociedad. Dice Gullón: “Maximiliano, cuerdo a ratos y demente en ocasiones, entiende la realidad y los sucesos según son, pero al mismo tiempo forja la teoría y el absurdo que los explique y legitime a sus propios ojos y los otros; es un loco que quiere ser tenido por tal, para conseguir de la sociedad la tolerancia sin desprecio concedida a los dementes”. De esta manera asegura que tanto su deshonra como el hijo bastardo de Fortunata se justifiquen.
Retomando la idea del enamoramiento, Maxi, explica Gullón, “se ha refugiado en un mundo propio y confía en que los baluartes del sueño y el ensueño le defenderán de las inexorables embestidas de la realidad”. Esta realidad es el desamor y la infidelidad de Fortunata; la realidad alterna, el amor y la figura de Fortunata idealizada.
Por medio del amor, Rubín adquiere confianza en sí mismo y mejora considerablemente en sus clases de farmacéutica. Lo que lo anima aún más, es la palabra de matrimonio que le da Fortunata y su promesa de ser mujer honrada, aunque esta idea la adquiere de Maximiliano y no por convicción propia. Al conocer su pasado pretende redimirla por medio de su amor; sin embargo, los únicos sentimientos que de ella consigue son la compasión y la piedad. La supuesta deshonra es el motivo del encierro de Fortunata en Las Micaelas, lo que en Rubín provoca un mayor grado de idealización. Aunque Fortunata pretende ser mujer honrada y redimida al salir del convento, recae en la infidelidad. Esto es un golpe que provoca la ruptura entre la Fortunata idealizada y la real, ruptura que Maxi tratará de evadir por medio de sus lecturas filosóficas en la botica.
El regreso de Fortunata es la perdición para Maximiliano, pues aunque Feijoo le recomienda permanecer con su marido y no hacer escándalos, ella lo vuelve a engañar; Rubín, al sospecharlo, va perdiendo la razón poco a poco. Empieza por tener errores en la composición de las formulas en la botica, seguidos por los cambios de humor, las mañanas insoportables y las noches amenas, su extrema debilidad y, después, sus ataques de violencia. En sueños le es revelada la infidelidad de Fortunata, lo que muestra que dentro de su locura tiene ciertos destellos de lucidez, pues busca incasablemente las pruebas de la infidelidad de su esposa. Temía que alguien le arrebatara su honor y cuando todo se descubre, regresa a sus lecturas filosóficas; Ignacio Elizalde nos advierte que el cerebro de Maxi “ya propenso a las elucubraciones más absurdas, va despertando la obsesiva manía de identificarse con el Pensamiento puro”. Aunque más adelante se nos revela que es una treta para descubrir el engaño de Fortunata.
El amor que por ella siente permite a Galdós, según Gullón, la creación de un personaje “fisiológicamente ruin pero con alma y conciencia de hombre; por eso puede sentir la infidelidad de su mujer, hasta el punto de enloquecer realmente; la ama con plenitud de corazón, volcado en el sentimiento, y su vida tiene sentido por el amor” y a pesar de que Maxi tome como estandarte la lógica para descubrir la verdad, cuando Fortunata le habla de amor vuelve a perder la razón y como consecuencia es encerrado en Leganés. El amor, por tanto, no pertenece a la lógica sino que es parte de la naturaleza y aunque Maximiliano se haya nombrado así mismo como un santo, no se puede desligar de su condición de hombre, por lo mismo no puede apartar de sí la idea del amor idealizado. El exceso de razón y el estoicismo de Maxi sólo son efectivos mientras se mantiene alejado de esta idealización de la figura de Fortunata y mientras permanezca en el plano de la realidad, es decir, consciente del desamor. Con la muerte de Fortunata se asegura la cordura de Maximiliano y por medio del sometimiento al razonamiento del amor que siente por ella, deja al descubierto su idealización:
Pues mis extravíos, ¿Qué ha sido más que la expresión exterior de las horribles agonías de mi alma? Y para que no quede a nadie ni el menor escrúpulo respecto a mi estado de perfecta cordura, declaro que quiero a mi mujer lo mismo que el día en que la conocí; adoro en ella lo ideal, lo eterno, y la veo, no como era, sino tal y como yo la soñaba y la veía en mi alma; la veo adornada de los atributos más hermosos de la divinidad […] ahora que no vive la contemplo libre de las transformaciones que el mundo y el contacto del mal le imprimían.
Por medio de la muerte es liberada Fortunata y es, de manera irónica, la representación de la doctrina que él predicaba para la liberación del alma del mundo materialista. Maxi en su locura se erige como un redentor predicando la muerte como liberación; sin embargo, se da cuenta de que “la bestia” es invencible. Más adelante dice Maxi: “No, amigo; vivir no. La vida es una pesadilla…Más la quiero muerta.” Con la muerte de Fortunata, Maxi la puede idealizar para siempre y sin que pueda la realidad contraponerse.
Aunado a lo anterior, en Maximiliano hay ya cierto determinismo en el fracaso del matrimonio, para ello Galdós nos da referencias del matrimonio de sus padres:
Tiempo hacía que las deudas socavaban la casa, y se sostenía apuntalada por las consideraciones personales que los acreedores tenían a su dueño. El motivo de la ruina, según opinión de todos los amigos de la familia, fue la mala conducta de la esposa de Nicolás Rubín, mujer desarreglada y escandalosa, que vivía con un lujo impropio de su clase y dio mucho de que hablar por sus devaneos y trapisondas. Diversas e inexplicables alternativas hubo en aquel matrimonio, que tan pronto estaba unido como disuelto de hecho, y el marido pasaba de las violencias más bárbaras a las tolerancias más vergonzosas. Cinco veces la echó de su casa y otras tantas volvió a admitirla, después de pagarle todas sus trampas.
Dos datos cabe desatacar de esta cita, la primera es que Maximiliano contrae matrimonio con una mujer similar a su madre que debido a su modo de vida se duda de que los hijos sean del mismo padre, lo segundo es que Maximiliano vuelve una y otra vez a Fortunata debido al amor y el deseo que siente por ella. Los celos son la principal causa de que él evada la realidad.
La locura que aparenta Maximiliano es, pues, su manera de evadir la realidad. El final que da Galdós a la novela es significativo debido a que lo que pretendía era la redención de Fortunata. Maximiliano le provoca la muerte indirectamente por medio de la revelación de la noticia de la nueva amante de Juan Santa Cruz. Fortunata puede al fin liberarse, pues en un mundo donde todo era fingimiento, la sinceridad de Fortunata estaba de más. Maximiliano se aparta del mundo cuando su misión como redentor está concluida. El mundo exterior ya no es para Maximiliano una prioridad y aunque pretenden engañarlo de nuevo al hacerle creer que va a un monasterio, él piensa: “si creerán estos tontos que me engañan. Esto es Leganés. Lo acepto, lo acepto y me callo, en prueba de la sumisión absoluta de mi voluntad a lo que el mundo quiera hacer de mi persona.” No podrán encerrar su pensamiento, es cierto, pero el tendrá que esperar a la muerte para poder liberar su alma.
Bibliografía
Pérez Galdós, Benito. Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas), Porrúa, México, 1979.
Elizalde, Ignacio. “Personajes anormales” en Pérez Galdós y su novelística, Universidad de Deusto, Bilbao, 1988.
Gullón, Ricardo. “Personajes anormales” en Galdós, novelista moderno, Gredos, Madrid, 1973.
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